Una tormenta moderada en la ciudad

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Se cuenta que la mujer de Noé les dijo a las amigas: «No preocuparse que van a ser cuatro gotas». Conclusión: a cualquier aguacero le llaman tormenta. Según el Centro Meteorológico Territorial lo que cayó en Madrid el viernes fue una «tormenta moderada», a lo que un castizo podría responder «¡amos-hombre!», pero así fue en lenguaje técnico. Sucede que Madrid está metida en charco electoral y a partir de este momento cualquier gota es un barrizal infame. Lo del cambio climático se va a empezar a notar por la parte política, los candidatos son nuestro barómetro del tiempo (y del temporal).

Hasta es posible que un aguacero impertinente como los que hemos conocido la semana pasada hagan más en contra del alcalde que cien mítines de la oposición, seguro que Sebastián se ha traído un brujo sioux para que se marque la danza de la lluvia en la Gran Vía peatonal. Un tormentón (ruego me disculpen los expertos del Centro Meteorológico) como el del viernes, en plena jornada de reflexión, le daría algún problema a Gallardón. Votar con botas de agua sería una catástrofe para su candidatura. Madrid siempre tuvo vocación de ciudad veneciana ya sea por su amor al carnaval y al ligoteo de bar, los árabes le pusieron «magerit», «ciudad rica en agua». En el subsuelo de la ciudad hay agua suficiente como para volver a inundar el Titanic.

Reflexionemos acerca de los males que el agua ha provocado en esta ciudad desde los tiempos de Maricastaña. La moderna M-30 se inunda igual que la antigua; lo mismo que algunos túneles de mayor veteranía. El premio al charquito antipático se lo queda el túnel de Corazón de María con Alfonso XIII, donde se corta el paso en cuanto se cae un vaso de agua al suelo. Ese túnel ni siquiera fue oficialmente inaugurado por el entonces alcalde José María Alvarez del Manzano, que se limitó a quedarse en una de las entradas mientras por la otra deambulaba el recién defenestrado Matanzo, aquel señor al que le tocaba la Lotería más que a Doña Manolita. Ocurre con otros minipantanos que alberga la ciudad de los prodigios y las zanjas, este rinconcito capitalino al que le molestan los fenómenos naturales. Quizá la lluvia sea una incivilizada que moja por igual comuniones, bodas reales, inauguraciones y bautizos; las nubes son un descaro natural que descargan sobre nuestras cabezas cuando no llevamos paraguas.

Rubalcaba cree que Gallardón es el único que no quiere que llueva, pero la lluvia tampoco respeta tendencias políticas, el barómetro es caprichoso, maleducado como adolescente que juega con la pelota hasta romper el cristal. En Italia acuñaron la expresión «piove, porco goberno», traducida aquí por «cuando un túnel se inunda, algo suyo se moja señor alcalde».

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