El disfraz

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

El político, en cuanto actor de un drama colectivo, sabe que su negocio está en crisis y por eso se disfraza. No se podía imaginar Pisístrato la competencia desleal que le iban a hacer los políticos españoles del siglo XXI en las dionisíacas de la madrileña pradera de San Isidro. Una vez que el candidato pierde mensaje sólo le queda el disfraz, de ahí la tendencia a calarse gorrilla, pañuelo o traje regional a lo Esperanza Aguirre. Saben que con el debate no llenan dos filas de un teatro infantil de cachiporra. Luego dirán que no les votan, pero cuando tienen ocasión de proponer ideas se pasan a vender un disfraz. Cuesta votar al hombre araña aunque uno tenga todos los cromos de la colección.
El caso más llamativo se da en las elecciones de Madrid, donde hemos visto cómo Miguel Sebastián y Rafael Simancas brindaban con una rosquilla, que es el colmo del protocolo. El rubor ajeno existe y Rita Barberá ataviada de fallera roza el surrealismo de Buñuel; dan ganas de entonar el ¡que te vote Rita!. Los expertos en imagen lo saben y por eso vistieron (mejor disfrazaron) a Zapatero de hombre de Estado en el mitin de Vitoria. Una vez lanzado el mensaje de «unidazz» y de «lealtazz», ya se puede quitar el traje y la corbata, le ponen a unos jóvenes o a unos jubilados de atrezzo y adelante con la función. Llamazares le ha pillado el juego al sistema y se ha creado un mundo virtual, un Second Life donde puede hacer un mitin sin que le huyan. En el primer intento le salieron apenas 10 minutos, pero ya verán como se anima en cuanto le coja el tranquillo. Renovarse o parir, ése es el lema.

El disfraz desvirtúa el mensaje, lo convierte en más pobre, aunque, por otro lado, tapa las carencias ideológicas que da gusto. El oso Yogui hablando de la subida de impuestos tiene su gracia, parece que te sienta mejor. Lo malo es que, de seguir por este camino, acabarán pidiendo el voto desde la teletienda mientras te venden un cuchillo que, por un lado, sirve para rascarse la espalda y, por el otro, le corta la chapa al Discovery, y si no se aparta el astronauta le opera de fimosis (en un solo golpe de muñeca). Así no hacemos carrera. Y pasa que luego anuncian la subida de pensiones en un mitin como si fuera una apuesta en vez de la consecuencia de un serio acuerdo parlamentario. Los sindicatos policiales ofertan jamones y pantallas de plasma que salen del dinero del contribuyente, faltaría más. En un pueblo de Andalucía cambian votos por viagra y en otro podólogo gratis; si Gramsci levantara la cabeza se dedicaría a la canción ligera.

Miguel Sebastián, con la parpusa castiza, creó la metáfora dulce de la campaña: «Madrid es una rosquilla al revés, nada hay en la periferia». Mi amigo Pedro, del grupo de pensadores de Valdemoro, dice algo parecido: «Si España fuera un donuts, Madrid no existiría». Como diría un chulapo: «Ahí le han dao».

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