El espectáculo más viejo del mundo

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Uno está convencido que es el toro el que le dio dimensión al hombre, no sólo como primer graffiti de cueva sino como viejo compañero. El hombre ha sentido hacia el toro la atracción totémica y el respeto al mayor símbolo conocido, (al caballo logró domarlo, al perro amaestrarlo, al pájaro lo metió en una jaula, pero al toro no y quizá ahí resida el mayor respeto). Su figura está ligada a las fiestas de celtas y de íberos, hasta que llegó la televisión y convirtió al toro en un espectáculo a colorines. Hoy quizá haya más vanidad que fiesta pero no deja de ser un espectáculo, el que toca ahora, el de meretrices acompañando a egregios cadáveres vivos con coche alemán y tarjeta oro.
En la plaza se representa, como en ningún otro sitio, la división del pueblo en estados, ahí está el sol antagónico con la sombra, y los ricos de barrera tan ajenos al peligro. Más arriba los jubilados, los jóvenes y los novilleros con hambre de toro, esos que van a aprender lo que no enseñan en las escuelas de tauromaquia. En las grdas se da la democracia más antigua, la de la aclamación, y el presidente ejerce de jefe de la tribu que tarda unos solemnes segundos antes de dictar sentencia. El trofeo es el aplauso y una pieza del animal que sólo se cobra después de la muerte, nadie en su sano juicio sería capaz de tocarle la oreja a un toro vivo. Los ricos de barrera son mucho más que ricos, son acaudalados personajes que se fuman la vida en un puro y piden güisqui para quitarse la carraspera de albero. En la mayor parte de las ocasiones les importa un bledo que el torero se juegue la piel a escasos metros de su opulencia, tampoco a los patricios romanos les importaba que saltara la sangre de los cristianos en el circo, (ellos lo llevaban con natural elegancia).
Al torero le haría falta que estuviera su madre cerca pero ellas prefieren pasar la tarde fabulando que su hijo es oficinista y que si viene a casa con un problema en la camisa es porque se ha echado la tinta encima, no porque le haya hecho un boquete un toro. Las madres de los toreros son madres de clausura cuando dan las cinco de la tarde en el reloj de Federico. El toro no tiene hora, aunque después de tantos años algo se barrunta cuando escuchar el murmullo de gente que se aproxima a la plaza. Existe la intuición de animal bravo. Alrededor, en los soportales, están los ganapanes, los trileros y los vendedores de pipas; no forman parte del espectáculo pero intervienen en él prestando color y voces a una tarde festiva.
Es un espectáculo que se aprecia o se detesta pero que es España en estado puro. Arte o carnicería, según se mire, que practicamos desde antiguo. Como el fuego o la rueda nadie lo inventó pero todos lo conocemos.

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