El verano de los niños

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

La mayor estafa de nuestra vida ocurrió la mañana en la que nos robaron la infancia. Estaba escrito, tenía que ocurrir, aquellos granitos en la piel y la pelusa en el bigote indicaban que nuestro cuerpo se transformaba sin pedir permiso. Así que, sin grandes celebraciones ni entrega de diplomas, nos pusieron la madurez en las manos y nos quitaron el precinto de la infancia. A partir de ahí dejamos de ser crédulos, inocentes, caprichosos e incluso desordenados, para pasar a la categoría de proyecto de gente respetable. Un desastre, lo sé, pero contra el que no cabía recurso de casación. Escribió Fernando Fernán Gómez un libro inmenso: ?Las bicicletas son para el verano? que en realidad no está centrado en el Tour de Francia sino en la metáfora de que las bicicletas, la paz y los niños son la misma cosa. Ahora que comienza julio me reencuentro con mi vieja teoría: el verano está hecho para los pequeños. Me refiero a los que terminaron el colegio y se adentran en un sahara del calendario que les parece no tener final; uno recuerda los días de gazpacho y siestas son sabor a melón en el paladar como el mejor tesoro del pasado. Y luego tardes de luz blanquecina en las que descubrimos, (para su desgracia), las múltiples posibilidades que tiene una lagartija de campo. Fueron días de piscina y de amigos que formaron nuestra primera pandilla donde circularon las primeras curiosidades eróticas en forma de juegos. Luego crecimos y cambiamos dudas por certezas pero eso no quiere decir que hubiéramos adquirido mayor grado de conocimiento del otro sexo, muy al contrario, hay mecanismos sentimentales que sólo se pueden explicar desde el punto de vista de un niño. Si hay un espacio que no nos pertenece es la infancia, y si hay un lugar donde no podremos volver es el verano eterno, quién lo intente se dará cuenta de que su cuerpo queda fuera como si montara en un tiovivo. Y no es que hayamos crecido demasiado sino que en la infancia, como en el verano, nada varía de tamaño. Recientemente el ACNUR hacía público la cifra de las personas deportadas en el mundo, de ellas nueve millones son niños. Ninguno de ellos podrá recordar el verano de 2007 como el mejor de sus vidas, por lo tanto algo debemos hacer los demás porque uno no puede ser niño y dejar de disfrutar del verano. Sobre nuestras conciencias queda ocuparnos de ellos, darles una vida mejor, refugio y comida, pero también una hoja seca de trigo para que dibujen en la tierra aquello que sólo está en su imaginación. Decía Nietzsche que la patria del hombre es su infancia? entonces el verano es su territorio y la inocencia su capital.

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