El hijo de Baldomero

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Su padre fue uno de los mejores en las traineras pero el chico, el pequeño de la casa, prefirió jugar al golf, deporte complicado donde los haya que se juega en una superficie idílica pero donde luego el demonio se interpone entre el golpe a la bola y la intención. Severiano ha recorrido toda la escala, desde un simple caddie a la chaqueta verde que es la versión textil de la corona de laurel que le ponían al césar en Roma. No hay premio mayor. Y todo con una humildad franciscana que tan poco se estila en estos tiempos de campeones exuberantes que dan saltos de conejo o de goleadores que hacen el doble mortal con salida de tirabuzón. Ballesteros es la confirmación de que siendo obrero se puede llegar a ser consejero delegado de una empresa, nadie se lo ha pateado más que él y nadie ha sido más callado.

La parquedad verbal le define en sus victorias y en sus amarguras (que también las hubo). Hasta es posible que se haya ido a despedir a Escocia para no tener que dar más explicaciones que las necesarias, lo suyo es que dijera adiós en Santander pero hasta ese detalle debe tener dato encerrado. Es tan raro como si Michael Jordan hubiera anunciado su retirada de la NBA en la Feria de San Froilán de Lugo delante de un plato de pulpo. El campeón, a pesar de tener más medallas que un general soviético de los que desfilaban en la Plaza Roja (en aquellos años en los que la momia de Lennin estaba mejor) está triste. Sucede que el corazón es víscera que segrega emociones rotundas, le da a uno por pensar y ese sentimiento le lleva a la melancolía. La vida no ha sido amable con él, de manera brutal se llevó a su novia Fátima Galarza en accidente de tráfico. Se dijo que andaba tacirturno, y es normal que las heridas se laman en silencio.

En Estados Unidos habrían hecho una ceremonia de despedida multitudinaria pero él la ha evitado de manera expresa. Se marcha con el mismo impulso con el que se inició en el golf, deporte que practicaba de manera furtiva a la luz de la luna, como toreaba Belmonte cuando era niño. A partir de ahora jugará para él, tiene cincuenta años, le esperan los mejores golpes de su vida (sin cámaras delante).

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