‘Zapa Pan’

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Decía Lenin que la moda no es tal hasta que no baja al Metro; sería porque Lenin no vivía en un adosado de periferia. Ahí es dónde se ven las tendencias. Ultimamente y por efecto del tour se lleva mucho el coulotte que aprieta muslo, un divertido atuendo que le da a los gorditos cierto aspecto de pollo grande cuando caminan con las piernas separadas y el culo hacia fuera.
Zapatero dudó entre aparecer de rey de la montaña en el Congreso de Juventudes, o de jugador de rugby, como los del vídeo promocional (descartó el de ciclista por tener canillas finas y tobillo de canario; para el de rugby le faltan hombros). Por eso fue con camisa blanca y les habló a los chiquillos como si fuera uno de ellos, una mezcla entre Peter Pan soñador y ZP el invencible, una suerte de Zapa Pan llegado del País de Nunca Jamás. Reforzado por sus dos compañeros de aventura: Campanilla (De la Vega) y Wendy (Blanco, que también hace el papel del ama de llaves con la cofia, debido a su tamaño).

Zapa Pan utilizó el verbo saltar aposta, por eso dijo «vamos a dar un salto» (nunca lo habría pronunciado en un congreso de empresarios); era una metáfora de la comba. Zapa se pone a un lado de la cuerda, Wendy a otro, y los jóvenes saltan mientras ellos cantan: «Las niñas bonitas no pagan casero». Un psiquiatra diría que el primer síntoma para superar la depresión es reconocerla, pero hace falta un paso más allá. Los jóvenes miraban con cara de anuncio máximo, en sus labios se leía un «¿y?», «¿hay algo más?». No por el momento, pero se está en ello. Luego les dijo que era una vergüenza que la octava potencia pagara sueldos de miseria (a lo mejor por eso somos potencia, los ricos son muy tacaños con el servicio). Y prometió arreglarlo pronto. En sus cejas góticas de niño Peter se veía una interrogación pasiva, un «¿os lo creéis, no?». Si no le llegan a creer, se pega un vuelo de abejorro por el techo del anfiteatro y los deja como novatos en el colegio de Harry Potter. Pero ayer no fue de Zapa Potter, sino de Zapa Pan.

Cuando más caliente estaba el auditorio, les preguntó como a niños de catequesis: «¿Es malo el demonio?», y ellos respondieron: «Sí, mucho». Se negó a hablarles del PP para que no tuvieran pesadillas; ignora que a un niño lo que más le puede divertir es un cuento de miedo. Si llega a decir que Rajoy es el Capitán Garfio, le sacan en hombros por la puerta, pero todos pudieron entender que a Rajoy le amenaza un cocodrilo con cara de Acebes.

Lo que se entiende mal es que haya un discurso para mayores y otro para jóvenes; unos y otros sufren la precariedad en el empleo, el recorte de salarios y la incertidumbre por la vivienda. Sus palabras habrían rozado la cumbre de la oratoria si, al final, les llega a convencer para que asaltaran la cámara acorazada del Banco de España. El no nos falles se merecía un final así.

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