El Jueves censurado un viernes

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

El efecto mariposa existe, el juez Del Olmo ha comprobado cómo al embargar una pequeña publicación ésta se convierte en un hito. No hay medio de comunicación en el mundo que no se haya hecho eco de la viñeta dichosa, sin duda que cargada de sal gorda pero ?El Jueves? siempre ha sido así y sus lectores lo sabemos. Lo peligroso es legislar dónde empieza el humor y dónde el mal gusto. Además, el juez debería haber tenido en cuenta que la orden afecta también a la imagen de los Príncipes, un disparate que puede complicarse en caso de condenar al autor del dibujo a dos años de prisión, tal y como recoge la ley.
Por chusca que fuera la broma… humor era. A diario se dicen mayores burradas de otros personajes, sobre todo del mundo del corazón, y la Fiscalía guarda discreto silencio. La polémica salpica a la imagen pública de los miembros de la Casa Real, en este caso la revista habría hecho el papel de bufón que muestra la otra realidad del poderoso. Ni al más furibundo de los republicanos se lo podían poner tan fácil. A los habitantes de la Zarzuela, y demás parientes, se les entiende mal fuera del circuito cortesano; su altura a veces es altivez, su protocolo distancia y su secretismo un misterio. Se trata de personas distintas en razón de sangre y herencia a los que solemos ver en competiciones deportivas y en enormes yates durante las vacaciones de verano. Alguien debería haber tenido en cuenta que si las municipales de abril de 1931 trajeron a la II República, una portada satírica puede poner en solfa a la actual monarquía parlamentaria. La pregunta es si en el fondo se secuestra una publicación o se quiere dar un aviso para navegantes.
En otros países con mayor solera democrática, como Gran Bretaña, se lanzan bromas más terribles y no por eso se le ha enfriado el té de las cinco a la reina. En el grado de tolerar el humor se mide la salud de una democracia. El término secuestro judicial para una publicación es demasiado solemne y nos lleva a otros tiempos de censores y hombres de negro. La censura de un cabecera provoca la inmediata simpatía del gremio, incluso de aquellos que no comparten su línea editorial, la imposición levanta solidaridad. Uno está obligado a escribir lo que piensa y a exigir que los demás también puedan hacerlo, incluso hasta cuando no piensan como uno. Esa es la ley de la selva periodística y no hay otra; no se trata de una unión a toque de corneta sino la creencia de que por encima de la libertad no hay mayor bien común. En todo caso a las faltas de decoro no se les responde a cañonazos, ni con amenazas del nuevo Santo Oficio. Era una broma, sólo eso; ya pueden bajar las armas.

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