El meneíllo

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

El temblor del domingo fue de poca cosa, apenas un 5,1 (una nota que no le hubiera bastado en Selectividad para elegir carrera), pero demostró varias cosas: que no sólo en Cataluña tienen el monopolio de las emociones fuertes, que también en el resto de España tenemos emociones y que no sólo se desploma la Bolsa sino también el magma de la tierra.

A lo primero, es decir a los apagones de Barcelona, no les debemos tener ninguna envidia porque significa que cuando no se cultivan las obras públicas llegan las catástrofes colectivas. Por ejemplo el lío de la estación de Sants aplicado a las cercanías de Atocha? hubiera ardido Troya y su provincia. No es de recibo lo que padecen los catalanes con natural resignación de que ya se arreglarán las cosas. A la administración le corresponde ocuparse del mantenimiento y posterior cuidado de las instalaciones que ofrecen servicios a su comunidad.

Lo segundo, las emociones fuertes no son patrimonio exclusivo de los catalanes. En Ciudad Real tuvimos el epicentro de un meneíllo sísmico que se notó en toda España. Poca cosa, apenas un temblor o calambre de los que se pueden contar antes las cámaras del Telediario y que sirvió para demostrar que nos levantamos muy tarde, que tenemos lámparas de salón muy grandes y que enseguida que ocurre algo la primera en llamar es la cuñada, que ya a su vez llamó al 112 pero tenían la centralita bloqueda de cuñadas necesitadas de una explicación. Pero todo tiene un tope, hasta el número de cuñadas que puede admitir una centralita después de un temblor.

Y, por último, la cuestión de la Bolsa parece que nos tiene al pairo. Y debe ser verdad, porque si los ricos no se vuelven de Mallorca tampoco nos vamos a desesperar nosotros. Cuando la Bolsa se quema, algo suyo se quema, señor conde. Cuando ustedes vean arder el primer yate, échense a temblar, pero mientras tanto podemos soportar el tirón de la Bolsa sin que se nos ricen los pelos de los brazos.

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