El alegre trote de las ninfas

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Hay alegrías de la carne que no se pueden ocultar, y a eso se dedican con especial esmero las cheerleaders del Eurobasket, unas chicas que en un tiempo muerto te levantan a un difunto. Da igual que el marcador sea una castaña o que estemos a tiro de triple; ellas salen, lo dan todo por el deporte y el pabellón sufre una catarsis. A los niños les divierten porque les parecen soldados de calcetín corto, y a los adultos les provocan sonrisas de colegial; más de uno las ve y hormonea, además de atragantarse con las palomitas por no estar a lo que se debe estar. Son un espectáculo por sí mismas, puesto que la música y el vestuario son más bien del género ridiculón, de boda de pueblo. La comparativa con el género masculino sería ver a ocho subsecretarios en pantalón corto saltando con el móvil en la oreja; nada que ver.

En España estamos poco acostumbrados al lujo de la lujuria de las cheerleaders que son un producto marca NBA, de ahí que nos flipen con el pompón, (un artilugio que provoca bizquera). Lo más cerca que habíamos estado de ellas fue en los desfiles de majorettes y en aquellas señoras orondas que sacaba Juanito Navarro en su ballet, (nietas de las famosas alegres chicas de Colsada), hoy todas ellas jubiladas y necesitadas de un plan bucodental urgente de Bernat Soria. Una animadora debe contagiar primavera como si acabara de salir de un cuadro de Boticelli oliendo a colonia de baño, por lo tanto no hay un sindicato que cubra a las ex cheerleaders, ese cargo no devenga derechos pasivos. Para ser chica-pompón es necesario estar en la edad del desafío a la gravedad, cuando las carnes saltan sin que se alteren los meniscos y retornan a su posición sublime y turgente. Hay que ser un poco chica-elástica y no temer a que la pierna estirada se termine saliendo para perderse entre las primeras filas. Luego mucho aerobic y unos 3.500 euros en dentista para que te deje el comedor lustroso, como si fuera de la familia Kennedy por parte de padre. Las mechas y el color trigueño se le suponen como el valor al soldado.

Por su culpa algún alelado no se entera de las indicaciones del entrenador, porque los jugadores también están expuestos a sus radiaciones hormonales. A veces, sucede que luego juegan amistosos fuera de la cancha: ellas viven un amor de altura y ellos un estrés de pareja porque no se conoce a cheerleader que se esté quieta un segundo.

Para siguientes eventos habría que pensar en la creación de un cuerpo nacional de animadoras de baloncesto, por ejemplo aquellas señoras que interrumpían la subasta del Un, Dos, Tres ataviadas de lagarteranas con su pendón. Una suerte de moras y cristianas. Igual a Solbes no le importa ese gasto.

Compartir:

Etiquetas: ,

Deja una respuesta

*