Aragonés

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

La biografía de Luis Aragonés se empieza a parecer, peligrosamente, a la del general Patton. Comparten el amor por la batalla, el honor como identidad y la mala leche en bote. También Patton echó a perder su carrera en una visita a un hospital, en lugar de darle moral al soldado herido le echó una bronca que luego contaron los corresponsales de guerra. También el fútbol es una guerra y Aragonés un experto en movimientos de trincheras.
Pudiera ser que este clima bochornoso, tanto en temperaturas como en principios, le siente mal a las personas sensatas. Por eso Aragonés patina, por lo mismo Solbes no pega ni con cola.
Luis Aragonés es un producto de la España de la gaseosa y de los taxis de de gasógeno, un secundario cojonudo en una película de Antonio Ozores. Tiene un sentido del honor que patina con los tiempos que corren, y también la cabeza dentro de un cubo de agua, de ahí que cuando hable no se le entienda. Ahora le tiran balonazos como si estuviera en la tapia de fusilamiento, él lo sabe y tampoco le importa. Su destino está marcado por la filosofía de los tercios de Millán Astral: vencer o morir, y como lo primero con la selección de fútbol es imposible, morirá con el genio puesto, pero luego después de muerto se buscará otro trabajo para ir por la tarde.
A Patton le mató un carro que se le vino en una pendiente cuando paseaba a su ridículo perro. Las pasiones nos pierden. Luis no tiene perro pero también se puede pillar los dedos con la puerta giratoria del casino.

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