El chirimbolo florece en otoño

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

No preocuparse: ha dicho el alcalde que será flexible en cuanto a las quejas de las pantallas gigantes; ha dicho que estudiará las reclamaciones con detalle; ha dicho que ningún vecino será tapiado por un cartel de publicidad; será flexible por tanto por la parte del chirimbolo. Gallardón, de nuevo, va a exhibir una elasticidad de primera bailarina del Bolshoi; igual que existen los globos sondas en Madrid hemos inventado los chirimbolos sondas que son otra manera de crear debate.
La polémica ha servido para que el personal sepa qué eran exactamente esos marcianos de cabeza cuadrada y patas largas que se habían adueñado del paisaje y le había arruinado sus vistas. Al principio parecían mutaciones carnívoras de ficus metálicos, luego unas pantallas gigantes para ver el fútbol creativo de Luís Aragonés, finalmente hemos conocido su utilidad real y que no es otra que servir de escaparate a Belén Esteban cuando anuncie una depilady. Ahí es cuando estalló un nuevo e improvisado motín de Esquilache: el madrileño no está por la labor de tener frente a su ventana el muslo de la Esteban a todo color, y a todo pelar. Eso sin tener en cuenta la opinión de las estatuas, al pobre Velázquez le han colocado un pantallón tan cerca que ha tenido que echar la perilla para atrás en señal de presbicia histórica.
El alcalde está por agradar, se lo dijo a uno que hacía de indio en Las Ramblas de Barcelona, las plumas que estaban cerca de su oreja pudieron escuchar que Gallardón no iba a talar un árbol del Paseo del Prado y tampoco iba a imponer el ?chirimbolismo?. Toro Sentado fue el primero en saberlo. En esta semana de traslado de la Casa de la Villa al Palacio de las Telecomunicaciones, (lo de Palacio no le gusta al alcalde, pero lo es), hay cierta amnistía municipal, se nota el ?buenrollismo?. Se abrazan indios, se sonríe a los turistas, se pasa página al 11-M y lo que haga falta con tal de que se hable poco del despacho del regidor, un ámbito de trabajo que se mide en megametros cuadrados. Contado en pantallas son doce chirimbolos de los que abortan el paisaje de Madrid, traducido a lenguaje de publicidad son innumerables muslos de la Esteban los que caben en el despacho.
Con los parquímetros hubo menos suerte, pero con los chirimbolos parece que ha podido la presión ciudadana. Y de paso le han dado la razón a la baronesa Thyssen que estaba muy preocupada por la guerra de la clorofila. Ella, como Chanquete, cantó el ?no nos moverán?. Los afectados por el ?chirimbolismo? cantan el ?no lo instalarán?. De momento parece que no.

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