El hombre que creyó en el milagro

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Presidir una empresa cuyo capital es cien por cien emotivo, no debe ser fácil. Y Alejandro lo consiguió, con él Estudiantes se doctoró. Fue capaz ponerle cabeza a un sentimiento en un club donde la lógica no entra en la nómina, gracias a él Estudiantes pasó de ser un equipo de patio de colegio a un aspirante a todo. Lo mejor es que hizo magia con los ingredientes que había en la casa: con Pepu Hernández de entrenador, con Nacho Azofra, con los hermanos Reyes, con Alberto Herreros, Bárcenas, Iñaki de Miguel y unos cuantos conjurados más. Alguien diría que fue una solución muy imaginativa pero es que no le quedaba otra, y acertó. Varios jugadores canteranos apoyados por una pareja de extranjeros, Thompson y Vandiver, crearon un equipo peleón que se codeó con los ricos, (en varias ocasiones el aro escupió el balón de la victoria con reiterada crueldad). La fórmula era aplicar el descaro de los que no tienen nada que perder y mucho que ganar. Jugaban a la yugoslava y se divertían como indios tratando de invertir la lógica y llamando a Dios de tú. Si otros tuvieron el poder ellos jugaron con la poesía. Fueron tan insolentes que pellizcaron el milagro.
Alejandro González Varona le quitó horas a su trabajo como empresario, y a su familia, (Marisol le acompañaba en el palco por aquello de conciliar oficio, pasión y hogar. Ella fue su mejor fichaje). Se empeñó en reflotar un club condenado al fracaso económico y a un futuro embargado literalmente. Y mientras buscaba patrocinadores los triples iban entrando y los pivots bajitos parecían gigantes con zancos y cuatro brazos. Crecía el número de socios y los toreros salían a saludar cada vez con más frecuencia después de una nueva victoria; los gritos en el viejo pabellón de Felipe II se escuchaban en Colón. Demasiada insolencia para un equipo modesto. Todo con mucha moral y con medios muy limitados que nos llevan a pensar, hoy, qué hubiera podido haber hecho de haber presidido un club con más recursos.
En la NBA su nombre estaría en el ?hall of fame?, aquí en la tierra media que ocupa la ACB su recuerdo queda grabado en la cantera del club, en esos patios del Ramiro donde con una mano se bota el balón y con otra se come el bocadillo de la merienda. Ayer le iban a dar una insignia de oro y diamantes pero él prefirió marcharse sin hacer ruido, así era su grandeza de carácter. Es normal que quién desdeñó el elogio no tuviera tiempo para homenajes.

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