Una victoria cantada

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Hacia un frío de mausoleo, un frío seco, técnicamente un frío de pelotas por aquello de honrar al Dios del balompié. La selección estrenaba camiseta que debería haber sido de felpa para engañar a la noche; en cambio los suecos jugaban en manga corta porque allí hasta que un oso polar no salta al césped no dan por comenzado el invierno. Con esa temperatura en Malmoe cenan en las terrazas con una rebequita, pero aquí tenemos que hacer la ola para entrar en calor.
En la presentación de los equipos nos pudimos dar cuenta de un par de detalles relevantes: nos falta la letra del himno y Tamudo entre suecos es un efecto colateral del landismo, hay tópicos que siguen igual con el paso de los años. A falta de letra se impone el ?chunda-chunda? porque somos un país más de onomatopeyas que de rimas consensuadas, pero ese entusiasmo popular debería estar compensado con unas merecidas estrofas. Hágase, escríbase, apruébese y por último cántese. Daba envidia ver a los suecos entonar un himno que debe estar compuesto por el mismo autor de la sintonía de ?Dinastía?, (no es un prodigio de elegancia melódica), se lo deberían haber encargado a los ?Abba?. El planteamiento táctico inicial hasta que llegó el gol de Capdevilla, parecía ser un calco de nuestras relaciones con Venezuela, un fútbol callado como si Aragonés estuviera abducido por Moratinos. El seleccionador nacional pisaba el césped con cara de muy pocos amigos, y a lo mejor tenía razón porque a su espalda vuelan los cuchillos como objetos del cuarto de la niña de ?El Exorcista?. Los últimos encuentros no hacían presagiar una lambada de felicidad contagiosa, los antecedentes no podían ser más cenizos. Así que en esa ardua tarea inicial de monjes de clausura, de un equipo que llevaba responsabilidad atada en los pies en lugar de botas, Xavi ejercía a la perfección de monomando, daba pases en todas las direcciones y sentidos. Era una España coñazo pero muy reconocible, éramos nosotros mismos sin lugar a dudas. El segundo tanto, el de Iniesta estuvo perfecto para que la gente pudiera abrir los bocadillos en el descanso sin ese nudo en el estómago que provoca la angustia de la incertidumbre y el estar lejos de un europeo. Aragonés sabía que de perder en el Bernabéu, y sin Raúl en el equipo, el relleno del bocadillo sería él mismo aunque su carne esté dura.
Si pusiéramos una cámara lenta al 3-0 de Sergio Ramos veríamos que de los dos mortales que da tras meter el gol, al menos medio tirabuzón lo dio Luís Aragonés en el banquillo y eso que no eran horas, ni edades. Luego vino un cierto juego de tacón, un Joaquín a lo brasileño y una alegría contagiosa, (el Bernabéu convertido en Maracaná II). Entonces el frío de las castañas asadas pasó de los españoles a los suecos, hasta Ibrahimovic se volvió un guiri por despistado por La Castellana, y eso que venía de quebrantahuesos. Los suecos amarillos sólo tiraron a puerta una vez y antes de acabar el partido, para quedar bien sin mucho molestar.

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