Una situación límite para los ciudadanos

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Dicen las malas lenguas que los organizadores del París-Dakar después de rechazar el trazado africano por peligroso, se fijaron en el metro de Madrid pero también lo desestimaron por insalubre. Veintiún días de huelga de aspiradoras es mucho tiempo para un servicio público de bandera. Hay que alegrarse del acuerdo alcanzado entre trabajadores y dirección, pero no por ello podemos dejar de plantearnos algunas dudas. La primera, y fundamental es por qué se ha llegado a un pacto, ahora, que se podía haber alcanzado días atrás y qué ha cambiado. Después, por qué la huelga se endereza cuando la presidenta regional se implica. Y, por último, si acaso a Lamela le ha solucionado el marrón Aguirre, (la presidenta habría tapado el hueco de gestión de su consejero y de la dirección del metro, históricamente desaparecida cuando hay problemas). Cuentan esas mismas malas lenguas capitalinas que los Reyes Magos amenazaron con no regresar el año que viene si el metro estaba en tales circunstancias; después de mojada que les cayó en Cibeles lo que faltaba era que sus camellos cogieran el tifus por caminar por andenes enfangados. Y que el colectivo de insectos y roedores de bajos fondos también estaba harto de tanta suciedad, porque hasta las ratas tienen su nivel de tolerancia al asco. Incluso Don Limpio estuvo a punto de perder la vocación, desolado ante un paisaje de bolsas destripadas y de cáscaras de naranja, (¿la monda de fruta es otra de las actividades favoritas de los madrileños?, por la cantidad de pieles de plátano en las papeleras parece que así lo fuera). La situación era límite, caótica, se estudió dar a cada usuario un machete para adentrarse en la jungla de las hormigas y en la selva de los ácaros chelis que con descaro te hablan de tú. El usuario que durante este tiempo ha sorteado la suciedad como el general Custer las flechas de los indios, también tiene sus quejas no resueltas, por ejemplo espera que se haga justicia con el imbécil que vertió aceite en los tornos y que provocó el deslome de dos señoras. Y junto a los usuarios los trabajadores del metro que han tenido que convivir a turno completo con las consecuencias de este gran cubo de basura que amenazó rebosar a superficie. Los sindicatos mostrarían una gran eficacia si, en caso de ser cierto, no defendieran a los que volcaron contendedores y sembraron el pánico en los pasillos. Lo cierto es que mañana, martes, se podrá regresar al metro con la duda habitual: ¿encontraré un asiento libre?, y no tanto con el miedo a las cucarachas que dan palmas en las escaleras mecánicas, en una singular fiesta flamenca que ha durado más de lo admisible. Ahora: ¡a escobazos a la mugre acumulada!

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