La mesa camilla

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Cada vez que veo a Solbes llamar a la calma se me viene a la cabeza Carlos Arias dando el parte de la salud del Caudillo, que Freud me perdone. La crisis de los mercados es como la niebla, aparece cuando no te la esperas y cuando te engulle pierdes el sentido de la orientación. Los políticos han cambiado a la echadora de cartas por su analista financiero, hay cola para que te lean los posos del café en el bar de La Bolsa. Los que saben se refieren a indicadores que presagian un futuro complicado, ahora entiendo por qué eligieron a Solbes: porque nunca se ríe. En un episodio de ?La Familia AdamŽs? le preguntaban a Miércoles, la hija pequeña, por qué iba de negro si nadie había fallecido. Y aquella niña de trenzas ideales pero de sonrisa de hiena, respondió: ?espera y verás?.
En el imaginario popular tenemos interiorizado la caída de La Bolsa del 29, tipos saltando por las ventanas en llamas como en Sodoma y Gomorra. Contaba Joe Kennedy que se dio cuenta de que el mercado estaba sobrevalorado cuando su limpiabotas le recomendó invertir en ferrocarriles y petroleras. La Bolsa, como el amor de verdad, es sólo cosa de profesionales. Por el momento ni Solbes, ni Pizarro, han soltado prenda de lo que les ha dicho su limpiabotas, o igual no tienen para no escucharle. Pero no estaría mal que el gobierno inventara un air-bag financiero porque según parece nos vamos a dar con los dientes en el salpicadero del mercado. Tal vez serían oportunas algunas palabras más técnicas, de mayor calado, que no todo sea decir lo del capitán novato que atraca por primera vez el petrolero y ve como se acerca el muelle: ?¡cuidado, cuidado, cuidado!?.
Tiene razón Zapatero cuando recuerda que el pánico es contagioso y que se debe guardar la calma hasta en los peores momentos, pero tampoco a nadie le extrañaría si el presidente del Gobierno saliera diciendo: ¿hay algún economista en la sala?, como el que pide la presencia un médico porque se le ha desmayado un pariente. Igual que tiran sal en las carreteras que arrojen sales en el parqué de La Bolsa para evitar la muerte súbita del inversor.
Los analistas financieros se fijan en los indicadores para evaluar la crisis, cuando hayan visto la mesa camilla de los Príncipes de Asturias se habrán echado las manos a la cabeza. Una nación que vuelve al brasero y al parchís está en plena recesión moral. Dice Cándido Méndez que la Bolsa es una señora hipocondriaca que se asusta por todo, pero ni en el hogar de Méndez se pueden ver unas sillas de mesón castellano, (estilo remordimiento español), como las de doña Letizia. La crisis se evidencia cuando sobre el paño de Tarrasa que cubre la mesa de camilla de un príncipe se juega al mus donde un simple as vale tanto como un rey.

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