El invierno del topillo

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Para que no se repita el esperpento del pasado verano en los campos de Castilla, y como medida preventiva de males mayores, se ha creado un protocolo de lucha contra el topillo. Como estamos en tiempos de operaciones de nombres ingeniosos, a esta movida preventiva se le podría bautizar como Operación Topi. No es necesario poner a un guardia en cada agujero de la tierra, pues en ese caso harían falta más que los guerreros de Xián, sino que un técnico acuda a los pueblo con bromodiolona en lugar de clorofacinona, ¿sencillo, a que si? Ahora sólo hace falta esperar a que los topillos tengan mínimos conocimientos de Química para que sepan apreciar la diferencia. Más discutible es que el hombre aprenda a distinguirlos; si tenemos en cuenta que hay gente que confunde el nombre de sus hijos, podemos pensar que hay razones para sospechar que se liarán con la química y pondrán polvos talco donde habría que poner bromodiolona. No es fácil acabar con el topillo.
En las entrañas de la tierra hace maniobras un ejército de roedores, se preparan para saltar a superficie cuando el sol de la señal de atacar las plantaciones. Y, de nuevo, veremos escenas tan cómicas como las este verano cuando tras fracasar una apisonadora de topillos? el alcalde de un municipio y sus secuaces, saltaron sobre ellos como el que baila break-dance. Y luego dirán que Ibáñez se inventa las escenas de ?Mortadelo y Filemón? basadas en un mundo irreal. Contra el topillo se han intentado todo tipo de medidas, todas ellas condenadas al fracaso más estrepitoso, sólo falta que se les incluya en la recientemente reformada Ley Vial con el objeto de restarles puntos. Todo un disparate agreste.
Prueba de que el cambio climático existe es que no tenemos respuesta para explicar la modificación de los hábitos de algunos animales. Hay gallos que adelantan y te despiertan de madrugada, toros que salen pacifistas y rehuyen la pelea, topillos despistados e incluso políticos desnortados, (feo está señalar).
El sector agrario es uno de los que más se ha visto perjudicado por el aumento del paro, pero no tanto porque no haya empleo para todos sino porque hemos abandonado el campo. Los niños de ciudad, (los urbanitas), están convencidos de que los cogollitos nacen en unas bolsas de corcho blanco que sus madres venden en el supermercado. De ahí que todo lo que provenga del campo nos parezca un misterio insondable.
Seguro que nuestros abuelos eran capaces de controlar las plagas sin acudir al bote de bromodiolona, pero se ve que los nietos salimos con menos luces. Una cosa son los topillos y otra los torpillos, que también abundan.

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