Alarma en el país del aceite

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

El miedo es como el aceite, flota encima de las sospechas, de las dudas, de las intenciones. De poco le sirve a Bernat Soria decir que dentro de poco levantará el veto al aceite de girasol, ¿y si ya nos hemos intoxicado?, (quizá esa ingesta de productos tóxicos justificaría el comportamiento de algunos políticos). Deberá tener mucho cuidado el señor ministro con las palabras puesto que somos el pueblo que superó a Napoleón el 2 de mayo de 1808, a la colza y el que pudo rehacerse después de que un antecesor suyo, Jesús Sancho Rof, dijera aquella estupidez de que si se trata de un bicho que si cae de la mesa se mata. No se conoce a ministro que haya salido poeta. Con las alertas sanitarias no se juega por la misma razón por la que las cosas de comer no se alteran alegremente.
Últimamente uno no puede fiarse ni de sus marcas de confianza; entre los pesticidas y los ministros de Sanidad, dan ganas de volver al huerto y cavar hortalizas. Cada vez que nos volvemos más globales heredamos también males lejanos. Eso no es ni conveniente, ni sano. La culpa la tenemos por haber desprestigiado al comercio minorista; apenas quedan tenderos de los que recomendaban las hortalizas de temporada y que te daban a probar las fresas en cuanto rompía la primavera. Seguro que al dejar de envolver los productos en papel de estraza y pasarlos a bandejas de corcho blanco hemos ganado en higiene, pero hemos perdido en trato humano.
Hay capítulos de la actualidad por los que nos hacen pasar muy deprisa, como ocurre en los colegios cuando no da tiempo a llegar al final del temario porque se acaba el curso. Esta semana hemos pasado de puntillas por dos noticias que no están resueltas: la fuga de central nuclear de Ascó y la contaminación del aceite de soja. Pero debemos ser gente de gran confianza en nuestras fuerzas porque no he visto manifestaciones ante la sede del Consejo de Seguridad Nuclear, ni al ministro Soria le han atascado el email con preguntas. Terrible estado de pasotismo nacional en el que las cosas ocurren, nadie las cuestiona, y luego se amortizan porque en realidad vendrán otras nuevas. A todo nos hacemos con una enorme capacidad de distanciamiento. Siempre mueren los ?otros?.
Somos el país del aceite, un producto que está presente en todas las mesas sobre las que se despliega un mantel. Nuestro líquido de cabecera es el aceite de oliva aunque el de girasol sea muy usado, (no hemos caído en la perversión de la mantequilla de cacahuete para que no se nos pongan los dientes como a Carter).
Seguro que Bernat Soria tiene una buena explicación. La esperamos con ansia. Este ?maltrago? debe tener una mejor respuesta.

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