Los invisibles de Serrano

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Son esos que abultan en la acera, bien de rodillas, con niño en brazos o de estatuas con purpurina plateada. Esos que piden con carteles llenos de faltas de ortografía y que se cuelan en la ?milla de oro? antes de que abran las tiendas, (hasta es posible que en las más caras tengan a dos pobres en la puerta porque visten mucho y dan ese toque de distinción que es el contraste con la miseria). Cuando el chofer llega con la marquesa, él le abre la puerta y le acompaña hasta la joyería bien con un paraguas porque llueve, o bien con un gesto de apartar pordosieros como moscas. Ellos, que ya lo saben, agitan el muñón e invocan el Dios se lo pague. La marquesa, o mujer de constructor todavía no en crisis, apenas les mira a la cara aunque les conoce por el bulto; si tienen suerte dejará unas monedas. Después de tan cristiana acción ella pensará que no hay quién salga de La Moraleja con tanto pedigüeño que anda suelto por la ciudad. Pero a su manera cumplen con la función de darle lustre a las aceras de las calles caras de la capital, cuánto peor pinta tenga el pobre mayor sentimiento de poder experimentará el comprador. Son personajes de ?El hambre en Madrid? que pintó José Aparicio y en el que se reflejaba la hambruna de 1811 y 1812. Luego los recogió Valle Inclán y más tarde Umbral. No son protagonistas de novela pero tienen categoría de seres literarios, cada uno de ellos con una historia personal que valdría para llenar varios libros. A ellos les tocó el Gordo de la Lotería de la mala suerte y les cayó una ruina en condiciones, permanente, sin solución; una condena que a duras penas les permite ganar el pan aunque suden el calor por la frente. Duermen como gatos entre cartones y comen deprisa como un ratón que sabe le pueden quitar el queso. De vez en cuando la policía les mueve de la acera pero no por solucionar su problema sino por limpiar la calle de trastos inservibles, y ellos se marchan cojitrancos, tirando de un carrito de la compra que hace las funciones de casa. No tienen ni zorra idea de qué es el Ibex pero ya han notado la crisis en el sonido del plato, caen menos monedas porque cuando el rico se ajusta el cinturón no está para caridades. En alguna ocasión he escuchado al abuelo decir al nieto: ?si no estudias y trabajas, te verás pidiendo como este hombre?. No están censados, ni tienen sindicato que les defienda. Son tan de la calle como las palomas y los gorriones. Eso sí, respetan el territorio y cada uno ocupa su esquina, o su tienda, con respeto a la antigüedad que siempre es un grado. Un día no vuelven y hay quién dice que les tocó una herencia pero en realidad nadie preguntará por ellos. Un pobre con otro pobre se tapa. No tienen ni nombre, ni cara, ni lápida. Son gente; tipos de la calle.

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