Criados en la opulencia del consumo

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Es verdad que Solbes tocó la trompeta alertando de la crisis, pero de momento aquí seguimos en el bosque porque nadie se cree que vaya a venir el lobo de la recesión a mordernos los tobillos. En el bosque hay un ambientazo de verbena que en nada recuerda a un periodo de tristeza económica. Quizá vivamos la repetición de ?los alegres años veinte?, una manera de cantar, beber y bailar el charleston, (luego ya vendrá la crisis). Si un marciano hubiera viajado por España con su platillo este verano, habría visto colas en los restaurantes de lujo de Marbella y Mallorca, atascos de veleros para volver al pantalán, tipos que aceleran como si la gasolina fuera gratis, listas para comprar el último teléfono móvil que es plano y mola mucho, millones de pantallas de alta definición para ver los Juegos de Pekín. No hay elementos externos que nos hagan pensar que este verano el común de la sociedad se ha comportado distinto al año pasado.
Puede que la vaca haya empezado a perder volumen pero sus efectos de castigo bíblico todavía no los hemos terminado de asimilar; criados en la sociedad de la opulencia parece que nos cuesta recortar el gasto doméstico, nos negamos a ceder poder adquisitivo en nuestro cotidiano. Todo nos parece imprescindible, el español medio no está por la labor de hacer una lista de asuntos de primera necesidad porque, como buenos caprichosos, lo queremos tener todo y de última generación. Igual que respiramos veinte veces al minuto, necesitamos pensar en consumo otras tantas veces al minuto; esa es la proporción ?felicidad media/gasto real?. El marciano volador podría exclamar: ?¡caramba, cuántos socios tiene el club Puerta de Hierro!?, y pasmarse del nivel de vida de un país que se estanca en su crecimiento pero no pierde la fe en sí mismo. No es que todos seamos ricos miembros de un club elitista, lo que pasa es que no queremos volver a ser pobres porque nos da pavor, guardamos perfecta memoria de aquella España cateta que aparecía en el NODO muy satisfecha por cultivar calabazas gigantes. Ahora que podemos ser protagonistas de las películas de Hollywood no nos vamos a conformar con volver a los planos del NODO y que nos entreguen una lavadora en El Pardo por el premio a la natalidad. Tenemos las cartillas de racionamiento y el siglo XIX a dos generaciones, demasiado cerca. La trampa es que vivimos en la sociedad del tener: y si no viajas, no gastas, no consumes, no veraneas, no cenas en sitio visible? no eres. Por lo tanto el personal antes que ?parecer pobre? acepta serlo pero sin que los efectos se vayan a notar; hasta que los vecinos no saquen la bandera blanca ante el avance de las hipotecas, no estamos dispuestos a reconocer nuestras bajas en el combate contra la ruina. Heridos, magullados sí, pero muy dignos también.
Es verdad que las turbulencias del IPC se notan, es cierto que cada día conocemos a más personas que han pasado por la ronda de reconocimiento en las colas del INEM, (todos contra la pared y con la tarjeta en alto), pero vistos desde fuera nadie diría que hemos rebajado nuestros niveles de exigencia ni un comino.
No hay restaurante famoso de Madrid, o Barcelona, que haya tenido que poner un cartel de cerrado por ?defunción económica de la clientela?. Aquí hay muchos que están dispuestos a perder la dignidad antes que el estatus, me refiero a esos alegres gastadores del verano del 2008, insumisos de la inflación, esos que dejan propinas en el café como decía Solbes. Al PP le conviene que aparezcan muchos pobres en la foto para decir que España sólo fue rica con Aznar, pero ya nadie tiene un disfraz de indigente. Por eso consumen de manera irreflexiva, porque se quieren olvidar de su pasado.

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