La casa de Herodes y unos cuantos patos

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Llegado el mes de diciembre, y como es costumbre, el personal se pone a buscar las figuritas del Belén allá dónde pensaba que las había dejado hace un año, pero ocurre que las figuritas tienen vida propia y se descolocan por los armarios. Entonces la búsqueda se convierte en una penosa actividad que te lleva a encontrarte con unos jerseys que pensabas que habías dado hacía tiempo, y a tropezarte con un juego de llaves que no corresponden a ninguna cerradura conocida. Cada vez que se guarda un Belén se pierden piezas que no volverán a aparecer nunca, ni en forma de polvo policromado; por lo tanto existe un agujero negro en la cristiandad en miniatura por donde se marchan las escenas bíblicas. Y, también, existe el fenómeno mágico de la multiplicación de los patos y los peces; uno pensaba que tenía cinco y aparecen una docena.
Luego está el asunto de las figuras rotas que componen un espacio de tullidos que siguen a una estrella de purpurina, algo que da al portal un aspecto de ambulatorio de la Seguridad Social en hora punta, sólo falta que aparezca una enfermera llamando a los romanos por orden alfabético. Conclusión: todos los años por estas fechas nos damos cuenta de que Herodes ha crecido y que su castillo no aguanta otras reformas con celofán, pero pasan las décadas y como en Palestina no tenían inspección de edificios al final nunca lo cambiamos por uno nuevo. De esa forma el nacimiento tiene un aspecto ruinoso pero a nadie le molesta que los patos sean de mayor tamaño que los romanos, o que los Reyes Magos vayan dos en un camello porque el otro se perdió en una mudanza.
Lo que es imperdonable es comprar el ?pack? completo en una tienda de chinos donde te venden todo el decorado, figuritas incluidas, y entonces San José tiene cara de madelman porque está fabricado en el mismo lugar que los héroes de los comandos. Es mucho mejor renunciar al Belén y no poner nada a colocar la maqueta de lo que un genio oriental cree que debió ser el nacimiento de Jesús.
Que me perdonen los belenistas de pro, esa gente que son capaces de reproducir con detalle lo que debió ser un lugar mágico, pero ellos tienen la culpa de que una vez al año nuestra casa se convierta en un taller de ?bricomanía?. Si al menos saliera un experto en televisión diciendo que con unos corchos de vino y unos palillos se puede montar un puente, o que el papel de plata ya está muy visto para hacer un río. Urge un decreto del Ministerio de la Vivienda que venga a poner orden a este guirigay de corcho-pan que tantos quebraderos de cabeza nos da cuando los niños piden rigor y realismo. No es tan sencillo armar el Belén.

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