El temporal que no cesa

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Karabella, amada esposa del jefe galo Abraracúrcix, nunca terminó de aceptar del todo por qué su marido temía que el cielo cayera sobre nuestras cabezas. Hoy lo entendería perfectamente. Bien sea por fallos de las previsiones, o por los idus de marzo que vienen adelantados, el caso es que nos hemos vuelto tan desconfiados como el jefe de Astérix, nos da pavor mirar al cielo. Y así no hay forma de moverse por la región; ni terminamos de quitarle las cadenas al coche, ni la ministra deja de comparecer en el parlamento para explicar las consecuencias de las nevadas.
Sodoma cayó bajo el fuego y el azufre mientras que Madrid podría quedar sepultada por los hielos, (sin exagerar). En aquel episodio de Sodoma Abraham puso en práctica el regateo por primera vez en la historia puesto que Yahvé le pidió que encontrara a cincuenta justos pero al final le convenció que fueran diez, a pesar de todo Sodoma desapareció. No digo que nos vaya a pasar lo mismo pero este “pánico-cananeo” al parte meteorológico no lo habíamos tenido nunca. Nos podemos preguntar cómo se las apañan en Alemania, o en Polonia, donde nieva habitualmente. Nos podríamos preguntar por qué la nieve nos da pánico y a los aviones les provoca retrasos incontenibles. Ortega no contempló, (pero debería haberlo hecho), la nevada como parte de esta España invertebrada que echa el cierre cuando llegan los hielos al centro.
Los árboles están cansados de aguantar nieve en sus ramas y vamos a acabar con la producción de las salinas de Cádiz en apenas un mes. Lo peor es el estado de desconcierto que nos deja aislados del continente como les pasaba a los británicos cuando se cortaba el tráfico marítimo hasta que inventaron un túnel que es el mayor subterráneo del mundo.
También pudiera ser que Magdalena Álvarez tuviera tendencia a llamar al mal tiempo; en ese caso cuando acabe en el Ministerio tiene un futuro en las procesiones en las que se pide lluvia. Para cuando la señora ministra deje el Ministerio solicito que no le pinten un cuadro sino que le hagan una estatua; de hielo, para colocarla en el vestíbulo de la T4.

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