El chico del té

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Se puede ser feliz con lo puesto y sin saber cómo va a amanecer mañana, ese es el lema de la película “Slumdog Millonaire” que ha triunfado en Hollywood. La vida anónima de un chico del té, un empleado de los muchos que trabajan en empresas subcontratadas de atención telefónica en la India, puede ser objeto de terremoto social; millones de personas asomadas a las televisiones para ver las respuestas que da al chico en un concurso. Gente que vive entre la basura, las ratas, la suciedad, el calor, la humedad y el hambre, (Bombay capital de la miseria), pero que ven en el chico a uno de los suyos que va a triunfar. Jose Luis Sáenz de Heredia utilizó un argumento parecido en “Historias de la radio”, con Pepe Isbert y Boby Deglané.
“Slumdog Millonaire” me recordó la frase que usan Les Luthiers en sus espectáculos: “lo mejor no es saber sino tener el número de teléfono del que sabe”. El protagonista no es ningún sabio sino una persona a la que le preguntan por situaciones que ha vivido, vivencias tan dramáticas que hubieran sido recomendables de olvidar antes de caer en la melancolía. Ser un perro de la calle, carne de cañón, le da a uno una gran capacidad de resistencia.
Mientras la economía mundial desciende lenta pero segura hacia fosas nunca visitadas, la idea que transmite la película es como si nos hubieran lanzado un salvavidas en la noche en la que se hundió El Titanic; nadie diría que con ese objeto tuvieras garantizado alcanzar la orilla, pero al menos es mejor flotar asido que dar brazadas hacia ninguna parte. Dicen que los países más pobres serán los que salgan reforzados porque no tienen nada que perder, por lo tanto la India puede ser la cuna del resurgimiento. Tendría gracia que al final, después de varias revoluciones tecnológicas y armadas, después de varias guerras mundiales y de otras tantas contiendas étnicas, le tuviéramos que dar la razón a Alejandro que se empeñó en alcanzar la India para tener el dominio de todo el mundo. Al hijo de Filipo II su maestro, Aristóteles, le llenó la cabeza con la idea de que en un lugar la tierra terminaba y comenzaba “el gran mar exterior”.
La crisis nos obliga a buscar otra orilla del mar por motivos de supervivencia. La película, banda sonora incluida, encierra más claves económicas que todos los libros de la Escuela de Chicago. Es un tratado de supervivencia personal para épocas de crisis, para superar preguntas incómodas y también para bailar sobre los escombros. Por desesperada que sea la situación “no hagamos tragedias”, (frase cómica atribuida al capitán del Titanic).

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