Maniobras orquestales en la oscuridad

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

La policía científica de Bangkok parece que nunca había tenido un caso más fácil para resolver: el actor David Carradine, (en su juventud llamado “Kung-Fú”), murió en un “solitario accidente sexual”. El parte policial concluye que Carradine fue encontrado con una cuerda atada al cuello y con otra a su órgano genital; ambas enlazadas con la puerta de la habitación del hotel.
Podíamos pensar que fue la camarera del servicio de habitaciones la que provocó su muerte al abrir la puerta para controlar el minibar. En ese caso el empuje habría hecho polea sobre la garganta y cataplines de “El pequeño saltamontes” que dolorido por el apretón genital tampoco habría tenido voz para expresar su lacerante situación. Estúpido pero mortal accidente que acaba con una leyenda del cine en apenas el tiempo que dura abrir y cerrar una puerta. A Carradine le costó la vida pero el susto de la camarera debe ser de por vida puesto que ver a un famoso desnudo, atado de cuello y órganos genitales, y con la lengua fuera removiéndose en agitada huida no debe ser sencillo de superar. Aquella mujer tenía dos salidas: bien descolgar al onanista, o bien pedirle un autógrafo al actor pero se supone que no sería el mejor momento. Así que sus gritos alertarían al servicio de seguridad, éste a la policía de Bangkok y así hasta que apareciera un detective tipo Colombo que miraría el cadáver con desprecio y poca piedad. Luego le quitarían las cuerdas, y los de la funeraria se las ingeniarían para meterlo dentro de una caja y que no se le notara la cara de vicio que tuvo en sus últimos minutos de vida.
No aclaran las crónicas si fue capaz de consumar el acto onanista, o si por el contrario el acto le consumió a él dejándolo tan seco como frío. Este extremo deberían aclararlo por lo que tenga de peligroso ejemplo para otras personas que estando solos en un hotel y teniendo una soga a mano… tengan la intención de colgarse por los cataplines. Nunca se sabe hasta dónde puede llegar un mal ejemplo.
¡Quién se iba a imaginar que un viejo alumno del monasterio, criado en la templanza de los deseos, fuera a caer víctima de un calentón solitario! Se ve que al “pequeño saltamontes” no le enseñaron a hacer “el salto del tigre”; toda esa concentración aprendida se desmoronó en la habitación de un hotel de Bangkok. El resto ya fue producto de la mala suerte. Tampoco la camarera sabía que al abrir esa puerta fuera a acabar con un mito del Kung-Fú; ella sólo quería acercarse al minibar y él tenía atadas sus partes al pomo. Luego el portazo. Hay corrientes que duelen y otras que matan. Tenía que haber colgado el cartel de: “por favor, no masturben”.

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