Asuntos del bosque animado

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Es posible que el homo sapiens haya alcanzado la ciudad demasiado deprisa, de ahí algunos problemas que arrastramos y no me refiero sólo a dolores de la columna vertebral. Me refiero al descuido que tenemos con los bosques y que no es otra cosa que parte de la ignorancia del mundo rural que padecemos; se nos ha olvidado muy pronto de dónde hemos salido. Se calcula que cerca del ochenta por ciento de los bosques están abandonados y que tres de cada cuatro incendios están provocados por la mano del hombre puesto que donde no hay dueño existe la fechoría. Una manera de malentender lo que es de todos lleva a que algunos prendan fuego con el deseo de darle salida a su locura; me refiero a esos pirómanos que actúan sabiendo que no es tan cara la multa como amplio es su goce de ver cómo arde un bosque.
Aquí con los pirómanos hemos siendo muy generosos y, de momento, tampoco sabemos qué hacer con ellos más que echarles una regañina y pedirles que no vuelvan a cometer salvajismos. Lo que no existe es conciencia de que el bosque es asunto de todos y que tenemos la obligación de dejarlo mejor de lo que lo encontramos, una conciencia que no se refleja con dureza en el Código Penal porque no nos ha dado la gana. Botellas, latas y bolsas de plástico son el primer escalón del desprecio, luego vienen las cerillas y a partir de ahí los incendios. Pero el castigo por quemar el bosque es mínimo comparado con el daño que se provoca. Los pirómanos lo que hacen es actuar contra el “miedo-ambiente” con total impunidad igual que los macarras de la gasolina de la “kale-borroka”. Supongo que luego, entre ellos, se contarán sus andanzas que se resumen en un montón de cenizas y de especies vegetales, y animales, aniquiladas. El relato de sus cabronadas les debe reconfortar bastante.
La carrera hacia el “urbanita” del homo sapiens ha sido atropellada y muy injusta con el campo, de ahí la venganza de la tierra cuando se seca y de las nubes cuando se niegan a cumplir el ciclo natural. No hemos sido capaces de cambiar nuestros sentimientos hacia mejor, (hoy Caín mataría a su hermano Abel con un misil en lugar de con una quijada de burro), pero sí hemos logrado cargarnos el entorno con nuevas técnicas de destrucción masiva.
Igual que a los maltratadotes habría que ponerles una pulsera para evitar que se acercaran al bosque y acabaran con la vida. O eso, o una patada en el culo que de buen grado les sería dada hasta conseguir que se arrepintieran de hacer fuego de manera alegre. Por mí que los prendan como a Juana de Arco pero sin tanta ceremonia.

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