Las fotos de Madrid perdidas en el baúl

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Un momento, se ruega una oración por el alma de aquellos madrileños congelados para siempre en el frío líquido de un cuarto oscuro de laboratorio fotográfico. Desde los negativos de la exposición que se exhibe en el Canal de Isabel II, veinte siglos de España nos contemplan. A efectos de calendario no nos separan muchas hojas, pero a efectos anímicos, sociales, políticos y ciudadanos, parece que hayan pasado siglos. Sus protagonistas acaban de salir del limbo de una caja de galletas perdida en un desván; posan vivos y hermosos, no heridos el tiempo. Entonemos el “carpe diem” de Horacio y no dejemos de mirar esos ojos que nos saludan desde el más allá de la parte más antigua de nuestro pasado.
Entonces no éramos ni Comunidad, ni gran urbe, ni referencia cultural. Ante vuestra mirada curiosa se despliegan los hijos de una España imperial que despreciaba cuanto ignoraba, (que no era poco), autárquica, franquista, católica y devota de Di Stéfano. Parece mentira pero nuestros mayores consiguieron vivir sin zonas wifi, sin teléfonos móviles, sin pantallas planas, tan sólo aconsejados por las palabras de Elena Francis en la radio. A Pere Navarro le hubiera dado un pasmo al ver a cuatro personas en una moto, naturalmente sin casco, y a otros que colgaban del tranvía como las frutas en un bodegón de Sánchez Cotán. Las fotos de escenas cotidianas tienen el valor de documento antropológico, hay personajes que miran con el descaro de los buscavidas, otros que llevan prisa y muchos que usaban bigote al gusto del Régimen. Pero en las fotos de los domingos es dónde se muestra al madrileño en su faceta más interesante, cuando se ponía camisa limpia, hacía vida de pueblo pero a la vez colonizaba los extensos descampados de Carabanchel, de Usera o de San Blas. Mujeres que saltan juntas a la comba, guapos que fuman al estilo de los galanes americanos, mucho requiebro y algo de vacile en diálogos picantes que no se ven pero que se intuyen, conversaciones de pandillas en El Retiro que eran parte del cortejo sexual y precedente de los concursos de raperos.
En esas imágenes se encierra nuestro pretérito imperfecto, fotogramas sacados por la ventanilla de la nave del tiempo que nos trajo hasta aquí. Todos vivos y dispuestos a salir del marco para pedir unas cañas y que suene el último bolero de Machín.

Compartir:

Etiquetas: ,

Deja una respuesta

*