Juegos de niños

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Cuenta Javier Urra, sicólogo de la Fiscalía del Tribunal de Justicia de Madrid, que cuando un niño le dice a otro: “te mataría”, no lo suelta como si fuera una frase de una película sino que sería capaz de hacerlo. Según el CPGJ, en el 2009 se admitieron treinta mil denuncias contra menores; detrás de ellas están padres asustados que duermen con el pestillo en la puerta, maestros que han sido vejados y compañeros atacados. Esa es la realidad que hay detrás, pero en el fondo lo que existe es un fracaso social compartido que comienza en los padres que no son capaces de reconducir la conducta de sus hijos. Al niño todo se le consiente y todo se le tolera, y da igual que se comporte como un “hooligan” en público o que le pegue una patada a su madre en la espinilla. Algunos les llaman angelitos cuando deberían tenerlos por alumnos aventajados del demonio.

Evidentemente fallan los resortes de control familiar. En el caso de la niña asesinada brutalmente en Seseña, los padres de la presunta agresora, y principal sospechosa, no controlaban las aficiones sangrientas de su hija que tenía en Internet un perfil en el que aparecía la foto de una muñeca con las venas cortadas. Justo lo que luego le hizo a su compañera según los informes del forense. Esos padres que han ignorado el comportamiento de su hija tienen algo en común con aquellos otros que fueron degollados por el asesino de la Katana, quien también acabó con la vida de su hermana de 6 años con síndrome de Down. La cuestión es saber quién le compró una katana al “chiquillo” con la que más tarde cometió esa carnicería familiar y de la que no dio posterior muestra de arrepentimiento en el juicio. En este caso: ¿quién le permitía el acceso a las redes sociales sin control a una niña de catorce años?

No es un tema menor por tratarse de menores, la responsabilidad paterna es cierta y debe exigirse para que no sucedan nuevos casos como los de Seseña. Hemos construido una sociedad en la que el niño es un ser intocable, al que no se le puede molestar ni con la palabra, y que tiene todos los derechos posibles ante el resto de la colectividad indefensa. Hoy, el “viejo oeste” es un parque de botellón que osa cruzar una ancianita sin saber que puede acabar como el general Custer.

Exigir respeto es imponer un modelo de autoridad para que los jóvenes tengan claro cuáles son los límites que no deben traspasar si no quieren verse enfrentados a sus padres, a sus maestros, o a la sociedad. Igual que antes se decía “cuando un bosque se quema algo suyo se quema, señor conde”, es el momento de afirmar que cuando un niño se sale de la norma la culpa la tienen sus padres.

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