El debate del pulpo

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Como todo el mundo sabe cuando se tiene un problema grave lo suyo es consultarlo con un pulpo. (¿Qué cirujano en la mesa de operaciones cuando surge una complicación no ha dicho a su equipo: “ir sacándole el corazón al paciente que yo voy a ver lo que dice el pulpo sobre la hemorragia”?). Zapatero y Rajoy lo saben y por eso cada uno utiliza su cefalópodo de cabecera que, a su vez, tienen un linaje que entronca con Paul que es el sumun de la inteligencia emocional europea. Ambos están convencidos de que los vaticinios de su pulpo serán los que les lleven a pasear por las calles de Madrid en autobús descapotable y aclamados por el pueblo del que se ven algo alejados después de que Casillas les haya robado la fama.
Zapatero esta noche ha metido dos discursos en dos urnas que a su vez han sido sumergidas en la piscina de la Moncloa; y luego el pulpo ha elegido. En una urna se hablaba de austeridad, en la otra se negaba la crisis. Por eso el presidente tiene claro esta mañana que su discurso va a ser el adecuado para España. Además, en el Ecofin se van a quedar extasiados cuando Zapatero les diga que ha reducido el número de asesores porque ahora lo confía todo a la opinión de un pulpo sabio. La imagen del presidente del Gobierno mirando a la piscina con cara de preocupación mientras el pulpo baila waka-waka resulta muy fotogénica. Van a tener razón los guionistas de “Men in black”, los pulpos son marcianos que han venido a dominar la tierra.
En el caso de Rajoy la consulta con su cefalópodo de cabecera le reportaría matices que no encuentra con Pedro Arriola que siempre que puede le endosa el socorrido discurso de “la niña”. Un debate de altura sería que tanto el presidente del Gobierno como el principal líder de la oposición aceptaran introducirse en unas cápsulas dentro del Manzanares. Previamente se le habría pagado el billete a Paul para que hiciera un “bolo” en Madrid, y depende de en qué urna se posara tendríamos al ganador del debate. Eso sí, ambos candidatos tendrían que sumergirse con un mejillón entre las piernas porque el animalito no actúa gratis.
Ya sabíamos que la cabra tira al monte, menuda obviedad. Lo que no conocíamos es que el pulpo puede marcar nuestros designios más importantes. De haberlo sabido a tiempo Woody Allen se habría ahorrado una pasta en siquiatras que aluden al padre cuando deberían situar las claves en una piscifactoría.

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