Aquí no hay quién viva

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Menos mal que nos queda la ficción. No es casualidad que la serie más vista de la década haya sido “Aquí no hay quién viva”, seguida de cerca por las aventuras de la familia de “Los
Serrano”. Nada hay que nos quede más cerca que un buen lío en la comunidad de vecinos, ese argumento nos une por igual y supera las barreras idiomáticas regionales. Y, en cuánto a “Los Serrano” cualquier persona que esté casada en “segundas náuseas”, (como decía Zoé Valdés de sí misma), y con hijos de su anterior relación sabe lo que es un lío familiar a la hora del desayuno en la cocina. Nuca mejor dicho: cada uno de su padre y de su madre. La teoría del caos es cierta y se cumple cada vez que uno sale al colegio con unos niños que han olvidado la carpeta de los deberes en casa.
Pero al margen del guión, del trabajo de los que piensan los personajes y cruzan las tramas para hacerlas atractivas, hay que reconocer el acierto del título de la serie de los vecinos. Así como en pleno franquismo Antonio Mercero inventó “Crónicas de un pueblo” y lo clavó, (éramos un pueblo de luto pendientes de la trompetilla de un alguacil que iba en bicicleta), el título de “Aquí no hay quién viva” es perfecto para nuestros días. Hemos conseguido grandes espacios urbanos en los que, efectivamente, no hay quién viva. Y esa manera de malvivir se ha contagiado a lo rústico, las casas rurales se llenan los fines de semanas de urbanitas cabreados porque no tienen cobertura de teléfono 3G, y porque no encuentran en la mesilla el botón para apagar el canto del gallo cuando se despierta por la mañana. Urbanitas que quieren disfrutar del campo echando humo oscuro por el tubo de escape de su todo terreno y fumando en el pinar. Antes éramos nosotros los que pasábamos por el paisaje y su contemplación nos modificaba; ahora es justo al revés.
No hace falta prolongar nuestros temores en la lejanía del cambio climático, con lo que vemos todos los días tenemos bastante. En esta incomodidad de las prisas, los empujones, los atascos y los urbanitas de fines de semana me gustaría ver a Al Gore realizando algún estudio. No hace falta darle pábulo a los profetas más plastas para experimentar en carne propia que las mejoras tecnológicas no han ido a la par de la felicidad del hombre. Esos inventos que venían a mejorar nuestra calidad de vida en no pocas ocasiones nos han hecho la puñeta. Aunque parezca mentira hemos podido vivir sin teléfonos móviles y sin aviones de dos plantas que cuando vuelan producen eclipses dado su tamaño.
El epitafio del urbanita acelerado ha cambiado, ya no es el tradicional RIP, ahora con poner OFF todo el mundo entiende que ese abonado ha cambiado de vida, o lo que es lo mismo está fuera de cobertura.

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