Mi nombre es INEM

(“La Gaceta de Salamanca“, 27 de mayo. 2012)

Que por sentido del humor no quede, (de humor negro se entiende): una mujer que rompió aguas en la cola del paro ha registrado a su hijo con el nombre de INEM. Lástima que se haya perdido el arte de los natalicios porque la crónica iba a quedar redonda si añadimos que es el sexto varón de una emigrante y que el nacimiento se produjo en Alcorcón, municipio de Madrid que compite con Cataluña para albergar la sede de Eurovegas, un sueño americano como el de “Bienvenido Mister Marshall”. INEM, de pequeño “Inemcito”, se encuentra bien y dedicado a las cosas que tiene su edad: hacer pis, pedir comida y echarse unas siestas de campeonato.
Ya veremos cuándo el niño crezca si le cae bien la humorada que le ha gastado mamá, claro que peor hubiera sido ponerle de nombre “brote verde” o “rayo de esperanza”. Si un país lleva el surrealismo a los libros del Registro Civil es que algo grave está pasando y no tiene pinta de solucionarse a corto plazo. La situación es tan delicada que ya veremos cuándo sea mayor INEM si acaso hay INEM porque ya todo se haya ido a la Grecia a velocidad de susto. Y por esos sustos no será porque el otrora sólido sistema bancario español, aquel del que presumimos ante occidente, hoy no pasa la prueba del algodón del mayordomo. Aquellos que tenían que dedicarse a vigilar las cuentas han debido pasar unos ratos muy agradables en el Bingo hasta que les ha llegado la hora de rendir las cuentas verdaderas. Comparados con ellos, INEM tiene un nombre muy lustroso del que presumir a todas horas. Los frikis han sido estos buenos contables que iban de corbata y menú de visa a cargo de la empresa pero que manejaban el trabuco como nietos de Sierra Morena. Y puede que algunos estuvieran operados de la vista pero no han podido ser mas cortos de miras y mas torpes. Lo que sí es meritorio es que se vayan de rositas cuándo los demás se han ido a la ruina.
INEM crecerá en un país que tiene enormes dificultades pero no menos de las que él tiene porque es hijo de familia numerosa, el pequeño de sexto hermanos, dentro de un hogar de inmigrantes nigerianos que hacen acrobacias para llegar a fin de mes. Que se lo digan a doña Clarice, la matriarca de la saga, la madre que rompió aguas en la cola del paro, la mujer que bautizó a su hijo con nombre llamativo. Ella no tiene culpa de nada, son otros los que deberían cambiarse el nombre por “Vergüenza”, o “Robaperas”.

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