El aforo

(“La Gaceta de Salamanca“, domingo 4 de noviembre 2011)

Cuándo algo sale mal se utiliza la palabra “aforo” como eufemismo y así parece que había más gente de la consentida pero “como cabían” se les dejó pasar porque en el fondo detrás de todo espectáculo hay una caja. Y, a veces, una tragedia como la que ha ocurrido en Madrid y que derivará en un proceso dónde se pedirán explicaciones civiles y penales. Las otras responsabilidades, las políticas que debería dar el Ayuntamiento de Ana Botella, se han ofrecido de manera bastante torpe. La muerte de cuatro chicas jóvenes por aplastamiento en un pabellón moderno de una ciudad que lucha por ser sede olímpica no es de recibo.
La culpa no ha de buscarse entre jóvenes y alcohol si no entre aquellos que consienten que se vendan entradas, se haga negocio, con una ratonera. El Madrid Arena es un pabellón moderno en el que se han celebrado eventos deportivos sin ningún problema, y también otros conciertos. Si lo medimos todo en términos de “aforo” en cualquier estadio de fútbol de Primera se concentra más público que en la funesta celebración de Halloween que acabó tan mal. No creemos el concepto “agora-feria” como una consecuencia inevitable de toda concentración de muchas personas para celebrar algo. No son los concentrados los culpables pues en otro caso acabarán suprimiendo las doce uvas de Año Nuevo porque suenan bocinas y se arroja confeti. La “agora-feria” sería pensar que estamos condenados a que nos pasen cosas malas cuándo hay mucha concentración de gente en un lugar, y eso no ha sido así desde los circos romanos; por algo se crearon generosos vomitorios de salida. Otra cosa es que algunas puertas estuvieran cerradas para evitar que se colara gente al Madrid Arena, (sería un fallo de seguridad garrafal).
La diferencia está en el control de aquellos que disfrutan de un espectáculo público: música, toros, fútbol. Cuándo ese cuidado se deja en manos de la policía, o de compañías de seguridad con personal cualificado, entonces lo habitual es que las salidas funcionen y en caso de peligro se pueda evacuar sin que nadie resulte herido por una estampida. El peligro está en confiar la seguridad de un local a personas que sólo sirven para cortar entradas y que tienen nula formación en primeros auxilios. Y que esto suela coincidir con el imperio de la noche da escalofríos y para muchas preguntas.
Maldita fiesta de Halloween para las cuatro chiquillas que acababan de estrenar la vida y que se vieron atrapadas entre la negligencia, el horror, las máscaras de zoombies, el aforo, las calabazas, las ganas de hacer negocio, unos vigilantes inútiles, y una pared en la que resultaron aplastadas.

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