Amaya Egaña

(“La Gaceta de Salamanca“, domingo 11 de noviembre 2012)

No, no era una prioridad de los políticos hasta que Amaya Egaña no abrió la ventana de la terraza de su casa este viernes. No lo era porque ni el PSOE que gobernó durante ocho años, ni el PP que lleva doce meses, (y desde julio prometiendo una revisión de la normativa de desahucios), no lo tenían como asunto urgente en sus agendas. El último consejo de Ministros nos vendió como gran triunfo la reducción a la mitad de los vehículos oficiales que está por ver, (en cuándo se publique la foto de un subsecretario en la parada del autobús me desdigo encantado; mientras le pagaremos el renting del coche que no se usa pero tiene cuotas, el sueldo del conductor/es y el taxi porque el alto cargo no se va a mezclar con la plebe. Si me equivoco aquí me tienen para lo que gusten escurrir). Hasta el viernes por la mañana los equipos de desahucios trabajaban con normalidad y a destajo porque hay mucho moroso al que sacudir la bandana y hace falta ponerle los muebles en el descansillo antes de que sean un ejemplo de resistencia.
Los desahucios no eran la prioridad de las agendas pero la muerte de Amaya ha hecho cambiar algunos miedos porque algo se ha torcido en el ambiente, se ha roto el respeto a la gran banca y el ciudadano ve cómo a él le pidieron recortes y esfuerzos para potenciar el sistema financiero y los bancos son incapaces de tener sensibilidad con él y con sus familias. De este enfado se han dado cuenta los políticos, Rajoy promete que mañana lunes tomará decisiones al respecto que no habrá tenido en cuenta antes porque el ciudadano es bastante moldeable, se adapta bien a la dificultad y apenas chista cuándo le recortan sus derechos. Y Rubalcaba redacta un escrito a toda velocidad que bien pudiera haber acometido cuándo estaba en La Moncloa pero entonces, ¡ay entonces!, los desahucios eran de gente pobre, inmigrante o excluidos sociales.
Los políticos saben mejor que nadie que el muro de Berlín no cayó por efecto de un cañonazo, ni siquiera fue derribado por una compañía de soldados zapadores. De repente una noche cientos de jóvenes se sentaron con los pies colgando y acabaron con cuarenta años de separación física entre las dos Europas. No hizo falta ningún general que cruzara la Puerta de Brandemburgo a caballo, no hubo desfile, nadie compuso un himno, simplemente la cerrazón cayó como hacen las cosas absurdas cuándo alguien las analiza con detalle. Puede que esta vez caiga también el mito de la banca motor de la economía porque no puede haber riqueza, bienestar o estado, mientras una mujer se arroja al vacío porque no puede hacer frente al pago de una deuda.

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