Bultos sospechosos

(“OTR“/EUROPA PRESS, miércoles 20 de noviembre. 2013)

Con toda probabilidad el consejo de ministros del próximo viernes dará luz verde a una Ley que prohíba los acosos, o escraches, (úsese el lenguaje según convenga a políticos de derechas o de izquierdas). Sí, el mismo gobierno que la semana pasada aprovechó para prohibir las aceiteras rellenables en bares y cafeterías se atreve a mantener al ciudadano a distancia. En este caso ya había una ley que lo prohibía, el Código Penal impide manifestarse cerca del Congreso y de las asambleas regionales para evitar su normal funcionamiento. Pero esa distancia les ha debido parecer escasa; no es país para escraches.
Nuestra historia demuestra que cuando han querido entrar en el Congreso se ha hecho a caballo, con tricornio, o dando un golpe de Estado que ahorra el engorroso trámite de darle una patada a la puerta de los leones que debe pesar un quintal. Ni Pavía, ni Tejero, ni Franco se pusieron a contar metros de distancia ni entraron en cursilerías semejantes, optaron por el método expeditivo de toma del poder, es decir arrebatándolo por la fuerza.
La nueva normativa admite que el enfado ciudadano callejero pudiera ir a mas y no pudiendo cercenar el derecho de asociación o de manifestación va contra aquello que en el franquismo se decía: “la funesta manía de pensar”, (en alto). Si buscamos en la causa que provoca el efecto encontraremos un descontento ciudadano originado en la distancia con la que ven a sus representantes públicos. Esa ley nacerá con lagunas legales importantes, ¿van a desalojar un estadio de fútbol si la grada pitara a los habitantes del palco?, ¿irá las autoridades de procesión en jaulas de metacrilato para no ser abucheadas? De momento el público cada vez está mas lejos en los desfiles.
Todo recuerda a la tristemente célebre “gandula” que fue una ley aprobada durante la II República, ¡por todos los representantes en el Congreso!, no sancionaba pero si podían retenerse a mendigos, proxenetas y quinquis en general. El franquismo le dio contenido y la centró en aquello que llamaron “bultos sospechosos”, homosexuales en su mayor parte que eran confinados o retenidos a voluntad del señor comisario sin pasar por el juez.
Lo que retorna ahora es una “gandula” en versión siglo XXI porque a la autoridad le gusta el público pero de lejos, que no incordie. Todo lo contrario a lo que decía mi añorado amigo Pepe Carol en sus espectáculos de magia: “¡aplaudan, griten, manifiéstense porque esta noche parece que me ha tocado un público pintado al óleo!”. Justo: al óleo como españoles secundarios en La Rendición de Breda.

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