La del Cid

(“LAS PROVINCIAS“/COLPISA, martes 14 de enero 2013)

Sucede en ocasiones que la autoridad municipal diseña un barrio idílico y lo presenta como una gran mejoría ciudadana pero los ciudadanos se pueden negar a vivir dentro de un power point; sucede que la autoridad cree que los muñecos dibujados no tienen derecho a rebelarse. Es lo que ocurre en Burgos en el barrio de Gamonal dónde el descontento se transforma en cabreo callejero y destrozos varios, según el Ministro del Interior se debe a unos incontrolados itinerantes, (es posible), pero antes que esos incontrolados estaba el enfado vecinal, si no hubiera existido no se habrían dado estos episodios que se repiten a diario.
Si hay algo participativo en democracia son los movimientos vecinales, que están en permanente contacto con la calle y que presentan reclamaciones directas a sus concejales. Está por ver el número de encuentros que mantiene un diputado con los votantes de su circunscripción pero lo que es innegable es que los concejales conocen como nadie el pulso de un barrio que es incompatible con el silencio y la resignación. Al alcalde el asunto le queda grande, no puede decir que se aguanten los que han votado porque la democracia se materializa una vez cada cuatro años pero se ejerce todos los días, guste o no guste al regidor burgalés. En 1776, durante el mandato de Carlos III, se dio el famoso “motín de Esquilache” por algo que en principio parecía sencillo: recortar sombreros y capas, una cuestión que irritó al pueblo y que unido a la subida del precio del pan provocaron unos disturbios que se dieron con Esquilache y pusieron al conde de Aranda en su lugar. El rey estuvo bastante hábil al situarse de parte de los amotinados porque aquel pueblo encolerizado podía haber llegado mas lejos en sus peticiones, Carlos III demostró su habilidad como gobernante, y Esquilache su torpeza al creer que podía mandar sobre los sombreros de los españoles.
El malestar ciudadano se puede presentar de muchas maneras, y lo ocurrido en Gamonal es una de ellas. Ante ese enfado caben dos reacciones: represión o sensibilidad. La Historia ya nos dice cómo actuó Carlos III, ahora es cuestión de que Leopoldo de Gregorio, alcalde burgalés, quiera sacar la Tizona y emprenderla contra las voces que se quejan en la calle. Debería valorar la fuerza de las protestas porque no se conoce movimiento vecinal que haya perdido. Decía Fraga en una humorada: “la calle es mía” cuando la calle es de quién la vive.
En efecto, los ciudadanos que reclaman podrían parecerse a los idílicos personajes que pasean por el boulevard diseñado con “power point” pero se han rebelado de su condición. Si el alcalde no quiere broncas debería cambiar el puesto por el de director del Museo del Prado, un lugar lleno de batallas pintadas, de reyes guerreros, pero sin peligro de recibir un tiro de arcabuz. Lo mas arriesgado es que te pise un turista japonés y es raro porque son muy educados.

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