Taxi libre

(“ABC“/MADRID, martes 14 de enero 2014)

Si hay un servicio público que se parece a la vida real es el taxi dónde tanto conductor con pasajero se pueden encontrar con algunas sorpresas. Aquello que dijo la madre de Forrest Gump de las cajas de bombones se puede aplicar al servicio del taxi madrileño en el que nunca sabes lo que te vas a encontrar hasta que no te montas en uno. Sorpresa de ida y vuelta puesto que el conductor tampoco sabe qué tipo de persona le ha hecho una señal para que se detenga.
El taxi es un excelente medio de transporte pero además un confesionario, una academia de fútbol, un auditorio de música, un programa de radio, un buzón de quejas gubernamentales a fondo perdido y la primera imagen que se lleva un turista de la ciudad nada mas desembarcar en el aeropuerto. Esa lado diplomático que tiene un taxista es parte de la imagen de confianza que exporta Madrid: una experiencia desagradable se multiplica de manera exponencial por los foros de internet mientras que un servicio agradable apenas pasa del intercambio de saludos con el viajero y hasta otra. Un estudio de campo bastante casero, (lo he hecho yo), confirma que el grado de satisfacción del usuario es bastante alto, pero no olvidemos que una manzana pocha estropea un cesto, aquí y en Harvard.
Da igual que pertenezcan a una asociación o a otra, que estén conectados a una emisora o no, que sean veteranos con muchas calles encima o recién llegados que no despegan los ojos de la pantalla del GPS, lo que importa es que son quienes enseñan Madrid a través de sus cristales, y que esa obligación la tienen contraída aunque no cobren plus de guía turístico por ello. La amabilidad como la puesta en escena no se regula con una normativa municipal, eso depende de la altura de miras que los taxistas le quieran dar a su gremio que algunos desean controlar como un cuarto poder urbano.

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