Teléfonos inteligentes

(“OTR“/EUROPA PRESS, miércoles 26 de febrero 2014)

La última cabina telefónica que vi aparecía en un capítulo de “Cuéntame”; he de confesar que soy de la generación de los que hicieron cola ante un teléfono para llamar a casa, y que de niño recuerdo cómo mi madre pedía una conferencia con Rute y le decían que le llamarían en un par de horas. Muchos, sobre todo los jóvenes que se pasman ante el congreso de telefonía móvil que se celebra en Barcelona, no creerán que hubo un tiempo en el que se podía vivir sin un móvil conectado a Internet. Esos mismos jóvenes si vieran hoy “La Cabina” de Antonio Mercero no experimentarían la angustia que vivimos los espectadores al ver a José Luís López Vázquez encerrado en el artilugio metálico.
Las cifras son bastante increíbles pero al parecer tenemos en España más móviles que orejas, hay gente que empieza a sacar teléfonos de los bolsillos y parece que estén depositando sus objetos personales en el mostrador de una comisaría. En este momento no podríamos vivir sin el móvil, suena fuerte pero es verdad, el pasado fin de semana se “cayeron” dos servicios de mensajería instantánea y durante unas horas reinó el desconcierto. No sabemos qué hacer cuando el teléfono no puede enviar o recibir mensajes, hemos perdido el hábito de charlar para caer en Twitter. De hecho si estás un par de días por aparecer por una de esas redes sociales enseguida te preguntan si has estado malo.
El salto generacional entre aquellos que nos criamos usando un teléfono fijo de pared situado en el pasillo y los que tienen móviles 4G es mayor que la distancia que había entre la invención del fuego, el uso del tamtan y nosotros. El nombre está muy bien puesto: teléfonos inteligentes porque en muchos casos superan las habilidades de una persona, ¿o es que nadie ha visto la cara que pone cuándo cambia de móvil y no entiende los botones nuevos y es incapaz de detener un timbre de alerta? Esa debió ser la misma cara que pusiera nuestro antepasado remoto al contemplar una hoguera; él jamás podría imaginar lo que siglos más tarde haría Ferrá Adriá con los fogones y nosotros tampoco podemos intuir cómo será la evolución de las comunicaciones.
Conste que vivimos mejor con la tecnología que dentro de una caverna y que no se puede cerrar el paso a la modernidad. La única queja es el uso del móvil inteligente en los trenes, ¡y ahora quieren también ponerlos en los aviones!, de verdad que no nos merecemos ser martirizados con timbres que suenan como la trompetilla de la muñeca “Gwendoline” de Los Morancos. Al menos un poco de piedad.

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