Hay personas que acumulan méritos y coleccionan premios pero a base de hacer paté el hígado de otros, es lo que el sicólogo Iñaki Piñuel calificó como patología del jefe tóxico. Ejemplos debemos tener cerca muchos pero nadie encarna mejor ese apartado como José Mourinho que como director de banquillos es un hacha pero a poco que se rasque en su personalidad encontramos a un ogro malo, Srehk sería el ogro bueno. El conocido por Mou gasta una mala leche que traducida en energía igual daba para iluminar un barrio entero.
Se le teme en las ruedas de prensa y se le odia en los clubes pero su trabajo como entrenador es muy apreciado porque consigue sacar oro de auténticos secarrales. Aclaro que no es mi interés hablar de fútbol porque para eso hay auténticos especialistas en las redacciones que entienden de algo que a mí se me escapa, será que como era el gordito del patio nunca me dejaron disfrutar de ese juego. Tampoco salí traumatizado.
Las finales de la Champions no pueden ser más emocionantes, se enfrentan el cholismo con el mourismo, y ese técnico tranquilo que tiene el Real Madrid contra Pep Guardiola que acaba de ser elegido uno de los hombres más sexys del planeta, como si fuera un actor. Antes de que lleguen los partidos cada entrenador comienza con el juego sicológico y el de Mou es perverso, asegura que si el Atlético de Madrid alinea a Courtois contra el Chelsea lo que hará es pedir que regrese al club y tenerlo dos años chupando banquillo. Quizá esto nos suene porque a Casillas le hizo la puñeta de mala manera.
Un jefe tóxico es aquel que disfruta de su rango para hacer el mayor daño posible a los empleados para que no sólo le respeten si no que le teman; casi un comportamiento de capataz de plantación de esclavos. Nunca se sabe si borde se nace o se hace pero hay quienes han desarrollado un buen escudo que les protege y que a su vez impide la salida de algún rasgo de bonhomía. Les debe resultar rentable porque no saben ser de otra manera, si no se sienten temidos pierden su encanto, y todavía habrá quién les ría la gracia. Si su equipo gana entonces todo estará justificado y si perdiera pues ya se encargarían de echar la culpa a los demás, no está la humildad entre sus valores cotidianos.
El jefe tóxico no tiene por qué entender de fútbol, sabe manejarse en cualquier idioma laboral. Deberían estar censados para que supiéramos dónde se encuentran puesto que a menudo sonrisas de cartón piedra ocultan a torturadores de empleados. Puesto que no van a corregir sus modales y esa dieta rica en inocentes empleados, al menos que no nos llevemos a engaño.
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