Lo que no saben las gallinas es que sus huevos han entrado en campaña sin tomar partido por ninguna formación si no para ser catapultados por la ira medieval. No habrá juez que niegue el uso de los proyectiles de corral porque se entiende que forman parte de una airada protesta social; hay quién se lleva una trompeta, un megáfono, una lista de santos de la corte celestial, cada uno según sus necesidades. El domingo volvió a suceder en Castellón, pero diga lo que quiera un juez, coartar la libertad de expresión de quién va a hablar no es de recibo en democracia abierta. Grítese lo que la rabia pida pero a nadie se le puede negar la palabra que es la base de la convivencia elemental. Y menos agredir como el puñetazo que le dieron a Pere Navarro en la catedral de Terrasa.
Me pregunto si Esteban González Pons hubiera respondido arrojando otros huevos, la guerra de la proteína arrojadiza, albumina catapultada. La famosa tomatina, por la que cobran entrada, se hubiera quedado en una sosa noche de almohadas de colegio mayor. Si uno recibe y otro no puede responder no vale, o jugamos todos o que se lleven el balón del patio.
La puesta en escena de cabreo ciudadano es por culpa del sistema democrático que ha llegado a su deterioro profundo, pero sin tocar fondo. Ser político es España es una profesión de alto riesgo salvo que hagas caja dentro de la corrupción; la Justicia recoge doscientos casos de corruptos, un gusano que salta de manzana en manzana, tengamos en cuenta que hay más políticos no imputados pero a esos no se les vé tanto. Y lo que no es corrupción de sobre puede tratarse como un alejamiento de la realidad social a la que contribuye algún empresario y ex banqueros que manejaron fondos muy por encima de sus posibilidades, jetas de corbata que encima dieron lecciones desde la patronal. Lo tuvo claro el Gobierno cuando le tocó organizar el primer desfile en Colón: al público había que alejarlo para que sus gritos no molestaran. Se inventó el concepto de pueblo pintado óleo negándole el derecho al pataleo. Aquel año no estaba Urdangarin en la tribuna pero aún seguía vinculado a la web de la Casa Real basado en el argumento de “porque yo lo valgo”.
La ausencia de un referente, parte de las lágrimas del funeral de Adolfo Suárez vienen por ahí, es un hueco doloroso. No hay institución que no tenga aluminosis de credibilidad y se nota. Mientras no mejore el paisaje seguirán volando improperios y, en ocasiones, parecerá la manera más suave de protesta aunque en la tintorería tengan una segunda opinión.
Ya que no termina de llegar la cacareada regeneración igual llega antes un tsunami que acabe con el bipartidismo. Dudo de que el poder vuelva a estar en una sola mano. Recuerden: una caja de huevos grita más que un hombre desnudo en el hall de la Ópera. Y si ese hombre es rey alguien se tendrá que aventurar a decirle que no lleva ropa, otros muchos harán que lo ven vestido.
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