El príncipe borde

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Alberto de Mónaco, conocido por su escasa capacidad negociadora, su vida disipada, su pasado extraño y su futuro incierto como rey de la apuesta, ayer se convirtió en paladín de la oratoria.Como si fuera un concejal encabronado, el heredero al trono más pequeño del mundo (a excepción hecha de Disneylandia) hizo la pregunta impertinente del año. Tuvo su minuto de gloria a costa de helar la sangre a la delegación española, que no esperaba una pregunta relacionada con el terrorismo en boca de ganso.

El príncipe borde de Europa, el que se ha forjado una oscura leyenda en las revistas del corazón y en las fiestas más alocadas, se convirtió en un preocupado seguidor de Al Qaeda, ETA y cuantas bandas de asesinos puedan actuar en España. A su majadería se le podía haber respondido con otra más gorda, con alguna alusión a los casinos, a los príncipes de opereta, a la monarquía en escala -que es a los reyes soberanos lo que Spielberg a las funciones de fin de curso de colegio de monjas-. Pudiera parecer que a partir de ahora Alberto de Mónaco se va a convertir en un especialista en la lucha contra el terrorismo, pero todos los indicios nos llevan a pensar que en breve lo veremos en un barco, viento en popa a toda vela, disfrutando del orgullo de su corona.

Hemos tenido que ir a Singapur para confirmar una terrible sospecha: el príncipe azul destiñe, y cuando llega el momento tiene una mala leche de espanto. La candidatura de Madrid 2012 iba preparada para todo menos para que le lanzara un penalti este sujeto hasta el momento callado, taimado, esquivo y hasta un poco muñegote.Nos ha hecho falta llegar hasta las costas asiáticas para saber que cuando Su Alteza veía correr coches desde la ventana de palacio, cuando posaba en las revistas del corazón con aburrimiento histórico, cuando festejaba día sí y noche también en los ambientes más selectos, en realidad forjaba una conciencia crítica que ayer nos mostró con todos sus dientes.

Ya puestos a quedar mal podía haber preguntado si en todos los hoteles de París tienen bidé, o si en Londres se come tan mal como dice Chirac. Pero no, tuvo que lanzar sus dardos contra nuestra ilusión. A la espera de que se compre 100 euros de desierto y se pierda, nos queda la impresión de que habló para siempre.Fue tan insólito como si Marujita Díaz interviniese ante el pleno de Naciones Unidas preguntando por el Protocolo de Kioto.

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