Fantasmas en la city

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Sólo faltaba que detrás de las imágenes fantasmagóricas del edificio Windsor apareciera una puerta secreta. Como diría un castizo: “¡atiza!”. El gigante más avanzado de la arquitectura moderna tenía los tobillos de barro como Aquiles: cualquiera con una ganzúa podía reventar el candado y entrar por la puerta falsa. No hacía falta tener un master en Revientapuertas por la MBA del Dioni; bastaba una orquilla de pelo, o un clip desdoblado.

A Gallardón se le complica la operación normalidad que había montado la misma mañana del domingo de ceniza. Ahora los loquitos de los ectoplasmas, los enamorados de las voces raras y los fantasmas se dan cita en la esquina de Orense con Raimundo Fernández Villaverde como hace tiempo lo hicieron en el Palacio de Linares. Cada cual da su versión más insólita: si son difuntos, sin son ánimas del purgatorio, peligrosos agentes de Ben Laden, seguidores de la secta de la octava llama o membrillos comunes con ganas de liarla.

Cuanto antes se sepa la verdad, mejor para Gallardón y para los ciudadanos que asistimos atónitos al espectáculo interminable de la demolición. Los que definieron el barrio como Zona Kafka se quedaron cortos. O dan pronto la clave o terminan encontrando el cuarto milagro de Fátima entre los cascotes humeantes.

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