La última de Filipinas

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Estimada señora: cuentan que usted fue la última en abandonar el edificio Windsor, aunque el concepto de «última persona» habría que matizarlo. A cada cuarto de hora que pasa las investigaciones encuentran a alguien más que estuvo dentro; empezamos con dos sombras que luego fueron dos fantasmas, seguimos con una puerta forzada, un butrón a este paso va a aparecer más gente en el Windsor que en la boda de Rociíto. Mogollón de personal campaba a sus anchas mientras los bomberos intentaban hacerle un torniquete a las llamas embravecidas. Una romería interminable, una feria con puestos de algodón dulce y tómbolas; sólo faltaba que se descubra que hubo reventa para entrar en el Windsor en llamas.

Usted estaba a lo suyo, que era el trabajo en su oficina, cuando los vigilantes de seguridad le avisaron por megafonía, (vulgo a voces mecánicas), luego vaya porquería de edificios inteligentes en los que para convocar por la vía de urgencia hay que acudir a los métodos de los patios comunales: «¡Vecina recoja la ropa que está lloviendo!». Pero más vale un megáfono a tiempo, el método del desalojo no es relevante con tal de que sea eficaz.Por lo tanto usted es la última (hasta que se demuestre lo contrario) en abandonar el edificio. Estará hasta el pirri de explicar a la policía, bomberos, técnicos municipales y demás parientes lo que ocurrió. Y siempre las mismas preguntas y siempre las mismas respuestas. Encima que le toca trabajar un sábado ahora añada el proceso judicial abierto con la obligación de testificar como ojo cualificado.

No es por incordiar pero: ¿Usted no fuma, no?, ¿ni lo hacía en ese momento?, ¿a qué también le ha hecho esa pregunta la policía? Hay mucho inspector sagaz que cuando ve una colilla en el suelo no duda en adoptar la pose de James Bond para decir: «Aquí han fumado».

A veces los dados muestran su peor cara, siempre hay uno que iba en el Titanic por casualidad, como otros sacan billete de crucero en el Grand Voyager y les coge el temporal que hundió a la flota fenicia en Salamina. Pensemos que el Gordo de la mala suerte también tiene su propio y macabro sorteo y a usted le ha caído el reintegro, por suerte está viva para poder contarlo.Minutos después de abandonar su despacho aquello se complicó bastante, el resto del relato lo conoce por la prensa. Sólo se me ocurre consolarle con las palabras de aquella vedette oxigenada que ante algo parecido exclamó: «Todo es tan emífero!».

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