La muerte de las postales acaba con los viajeros

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

ESTAMOS a mitad del mes vacacional por excelencia, ¿alguien ha recibido una postal?, que levante la mano el que tenga la suerte de encontrarse un tesoro en el buzón de casa, alguna tarjeta manuscrita escondida entre los sobres del banco y la publicidad para adelgazar. Por culpa de los mensajes cortos de los teléfonos móviles cualquiera te puede mandar un mensaje desde el puerto de El Cairo. Indudablemente no tienen el mismo encanto que aquellas postales típicas en las que se veía el palacio de Buckingham, o la ternura de un paisaje lleno de molinos y quesos que te hacían evocar Holanda.
Nunca existió un mundo de postal (porque las calles ni están tan vacías, ni lucen siempre tan ideales), pero sí hubo un mundillo de colores y cartón que eran los cromos de los cinco continentes. Hoy a nadie se le ocurre perder el tiempo, comprar un sello, buscar un buzón y todo eso para escribir: “Alfredo, esto es muy bonito, tenéis que venir, os echamos de menos. Un abrazo, Antonio”. Pocas cosas tan baratas han dado más alegrías, uno leía el reverso dedicado y luego le daba la vuelta a la postal para hacerse una idea de que aquellos soldados griegos de faldita corta y piernas peludas eran los herederos de las tropas de Alejandro Magno. Gracias a esas postales ingenuas, tiernas, pero siempre oportunas, tuve la idea de que las ventanas de los hoteles de París daban a la Torre Eiffel hasta que puede comprobar que no todas.

Ese mundo de cartón se ha ido pudriendo en los cajones de las mesillas de noche, ahora te envían una foto digital o un correo sms y creen que hace el mismo efecto. Algún partido político debería llevar entre sus propuestas la recuperación de la postal como género literario. Además, no hacía falta sentirse especialmente inspirado con la pluma, el mensaje era la foto, el resto (incluida esa letra de piojo apretada en los márgenes) era parte de lo mismo. Me refiero a una realidad que a duras penas se dejaba ver en los documentales del NODO y en fotogramas de blanco y negro. En las postales de los sesenta todo era en technicolor, (una forma como otra cualquiera de adecentar la realidad para que luciera más aparente). Todos los campesinos eran honrados y todas las casas estaban limpias.

Me gusta que mis amigos se quiebren la cabeza para pedir un sello en Nicosia y pegarlo con la lengua, incluso me arriesgo a que la postal se pierda. Un cura de mi colegio decía que las cartas que no llegan son las que nunca se mandan, pero no es verdad, es posible que treinta años después aparezca la postal de un viejo amor que aún palpita. Los buzones son las playas de las botellas que flotan.

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