Los ‘matabambis’

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Escopeteros infames: se acabó el negociete de cazar a traición presas cautivas; finalmente la Guardia Civil ha desmontado el chiringuito de sangre y cartuchos que os hacía ricos. Si asco dan vuestros métodos no menos repugnancia producen vuestros clientes, aquellos convencidos de que el dinero justifica los resultados, los que pagan por matar de tapadillo y previo pago de la tropelía cinegética a sabiendas de que es una barbaridad. Prueba de que el montaje era rentable es que se organizaban viajes al extranjero para cumplir con el ritual de la muerte: la piel de cebra que ha aparecido no está cazada en Lavapiés. Carnicería es un término suave comparado con vuestras técnicas, ¿cómo calificar a quién abate a un animal auxiliado por radares, visores nocturnos, silenciadores y miras telescópicas? Con la ayuda de un tal Geiper que es el talento que os servía para eludir policías y vigilancias, un sherpa del monte bajo.
Pobres víctimas metidas en un callejón sin salida, (espero que la Justicia se lance sobre vuestra crueldad de igual manera: sin miramientos ni atenuantes, a tiro fijo), dicho sea en memoria de los corzos, gamos, rebecos y demás inocentes que decoraban vuestro salón de caza. Animales a los que se despellejaba cuando la sangre todavía mana y la carne humea, y a los que se les cortaba la cornamenta (que es el orgullo de un venado) sin esperar a que el corazón dejara de latir. El que tenga las manos libres de pólvora que tire la primera escopeta al suelo, bien sea de la banda o algún cliente que ahora se quiera ir de rositas. La sangre de un animal no sale con agua caliente y estropajo. Fusileros furtivos, matacabras, tipos extraños que sirven al señorito pijo y caprichoso incapaz de cobrar una pieza con las pautas de un cazador como es debido.

Esperar que hayáis leído a

Delibes es mucha osadía, vosotros sois de los de escopetazo al bulto y… si tiene patas cochino y si tiene rizos monaguillo, os da igual en vuestra moral que tiene el color de los billetes grandes. El verdadero proceso sería dejaros cara a cara con un jabalí herido y a ver quién es más fuerte, una suerte de medieval juicio de Dios pero en versión actualizada. O poneros en manos de un jurado popular de la selva, con leones, tigres, buitres y hienas, y la presencia de los huérfanos y viudas de vuestras batidas. O quizá bajo un sol de justicia junto a esos animalitos tan simpáticos que son las hormigas rojas, previo unte de miel y azúcar en vuestra cara dura.

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