Malos humos contagiosos

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

El fumeque, el pitillín, la colilla del diablo, sienta mal. Lo dicen los científicos reunidos en cónclave salmantino y lo dice también el sentido común; si el tabaco fuera bueno, Dios en vez de aparecerse con un triángulo lo hubiera hecho con un puro como Groucho. No hace falta que lo juren por la gloria del vaquero de Malboro en el Congreso Nacional de Prevención y Tratamiento del Tabaquismo, a ojo de buen cirujano un pulmón de no fumador comparado con otro de fumador es lo que un culito de bebé a las arrugas de una folklórica. Un amplio porcentaje de fumadores (no dispuestos a dejarlo) es consciente de que se juega la salud pero no ceja en su empeño porque le gusta lo que hace. El tabaco adicción peligrosa pero no más que otras, también es peligroso el amor (tiene efectos nocivos tremendos de los que está lleno la literatura) y sin embargo no lo prohíben. Ni Romeo ni Julieta fumaban y tuvieron un final terrible. De todas las manías absurdas que podamos mantener, la peor, la más dañina, la más asocial es fumar, pero también aparece como inevitable, placentera y muy sencilla.
Gobierno y empresas se unen en esta nueva cruzada a favor de la salud humana. Hasta hace bien poco nos bombardeaban con publicidad de tabaco pero ahora subrayan que es El Maligno en persona, (habrá que dar un tiempo para cambiar las ideas). Sin querer restar importancia a la campaña contra la adicción al tabaco tampoco estaría mal recordar que hay gente que huele fatal y contra ellos no se legisla, como contra los que van al cine y se tiran el frasco de colonia por encima de tal forma que te ahogan de manera inmisericorde. Y si el tabaco es nocivo el papel del Estado es indecente: se lucra con la venta de las cajetillas en vez de donar esos ingresos a alguna organización con buenos fines. El ataque es frontal, directo e inmediato: a partir del próximo 1 de enero se acabó fumar en los centros de trabajo, adiós también al pitillito de después de comer. Los últimos empecinados tendrán que salir a la puñetera calle a pedirle fuego al oso polar del anuncio de los seguros.
Una vez hayan conseguido alejarnos de todos los vicios, (la campaña contra el humo es sólo el primer paso), habrán logrado que estemos sanos, lustrosos y en perfecto estado de revista. Si a todo eso le añadimos que las condiciones de vida han mejorado sustancialmente, llegará un momento en el que el propio Estado tendrá problemas para eliminarnos. Sanos y longevos somos un estorbo colosal. Entonces, quizá de manera terapéutica y en pequeños grupos, volverán a ofrecernos tabaco para disfrutar. O eso, o nos someten a corrientes de aire para que nos constipemos.

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