La FIFA y los himnos

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Al ver la foto de Manolo, ‘el del bombo’ en portada del periódico deportivo de mayor tirada de Bratislava, (allí le llamaron el bombero) tuve claro que jamás ganaremos Eurovisión, ni con la ayuda de Durao Barroso. En cambio, sí comprendí que la música popular alcanza a los corazones más nobles; no hace falta ser un virtuoso para emocionarse con los porrazos de Manolo, si uno está lo suficientemente cerca podrá apreciar la exquisitez de sus movimientos de antebrazo en un sube y baja primoroso. Manolo da un golpe y se caen los empastes de las muelas en el banquillo rival, quizá la Convención de Ginebra considere tortura a lo que nosotros llamamos arte y ensayo.

La FIFA, esa organización esclerótica que reacciona a espasmos, se ha coscado ahora de que en el fútbol hay violencia y lo achaca a los himnos. La bronca monumental del último Turquía-Suiza, donde se dieron para varias generaciones, les anima a pensar que quizá sea mejor suprimir algunas músicas que ensalzan viejos rencores. Mirado por el lado del buen gusto no hay himno que se tenga en pie salvo La Marsellesa, inventada en plena revolución para que siglos más tarde fuera tocada en el pub de Humphrey Bogart, en Casablanca. El resto son de una zafiedad musical y de un patetismo lírico que mueven a la vergüenza ajena; hay himnos que suenan a opereta cómica, otros a violetas imperiales y casi todos a chirigota trotona festivalera. Hagamos la excepción del nuestro que como no tiene letra se salva de las rimas y en algunos campos lo tocan con tal aceleración que pasa en un pispas. Además, si la FIFA decide suprimir los himnos, España no iba a resentirse en absoluto. Muy al contrario porque somos gente de recursos, Manolo acompañaría las palmas al son de Paquito, el chocolatero.Por ahí no nos vamos a dar por ofendidos.

Urge buscar melodías de concordia que todo el mundo pueda repetir en un estadio y que no provoquen malos rollos. El ejemplo de los suizos, pueblo civilizado y aburrido donde los haya, repartiendo cera a los turcos en un intercambio digno de aldea de Astérix nos lleva a pensar que el deporte ha llegado demasiado lejos.Es insólito que sentarse en un estadio a presenciar un partido internacional se pueda convertir en un oficio de alto riesgo y en motivo para ser eliminado de la póliza de seguros. Quizá le deberían encargar a Georgie Dann (aquel que llegó al Polo Norte cantando una delicatessen sonora) que componga un himno futbolero global. Molestar a Beethoven para este caso se antoja un exceso, el himno de la alegría en boca de los de la FIFA se convierte en el himno de la alergia, (recuérdese el episodio de la miel y el asno). Bien está la pasión y el rugir de gargantas pero de ahí a arrancar los asientos y a darse estacazos un relojero suizo con un empleado del Gran Bazar de Estambul, un paso. La FIFA debería encargar un vals que es música de concordia, tal y como hizo Kubrick en 2001: Odisea en el espacio. Las únicas heridas serían pisotones de gente torpe que baila mal, comparados con las brechas que se abren habitualmente poca cosa. Nada que no puedan curar una tirita y agua oxigenada.

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