Ser atleta en España y poder contarlo

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

No sé de qué se queja la gente cuando dice que se pierde en la nueva pirámide civil del Ministerio de Fomento: la T4 del aeropuerto de Barajas. Gracias a esta octava maravilla hemos encontrado la puerta al más allá: todo está lejos, los pasillos son largos y las maletas son abducidas por agujeros negros de materia. Al equipo olímpico español de los Juegos de Invierno les perdieron las maletas y han estado tres días entrenando con la ropa prestada por la caridad de otras delegaciones. Uno de los participantes decía que perderle sus tablas de hace quince años es como extraviar el violín de un músico y pretender que toque con un peine; no le faltaba razón. Cuentan que incluso reputados esquiadores se tiraron como ?plastiqueros? por la montaña, a falta de la equipación oficial bueno es el plástico donde se pone la ropa sucia del hotel. En el Telediario fueron más explícitos: no tenían ni ropa interior.
Finalmente el equipaje llegó a tiempo para que desfilaran en la ceremonia inaugural en Turín, pero estuvieron a unas horas de salir al estadio con la bata de la villa olímpica y en zapatillas de cuadros como don Pantuflo. La experiencia que han sacado les dice que en el viaje de vuelta se suben al avión con los esquís puestos, las gafas y los bastones. Hacer deporte en España siempre ha sido un oficio de alto riesgo, recuerdo una entrevista que le hizo Jose María García a uno de nuestros primeros campeones de larga distancia y cómo éste le contaba que los lunes entrenaba por la M-30 porque cerraban el estadio de Vallehermoso. Ni la medalla que había ganado el domingo sirvió para aplacar el corazón del portero del estadio, las normas son las normas. El tratamiento a los atletas mejoró con los Juegos de Barcelona donde pudimos palpar nuestro particular Carros de Fuego, a partir de entonces el deporte cobró otra dimensión e incluso un jugador de balonmano se pudo casar con una infanta de España.
Lo que ha ocurrido con el equipo olímpico en Turín no deja de ser una anécdota, pero ya tiene narices que todas las anécdotas nos ocurran siempre a los mismos. De las otras delegaciones no hay constancia de que les perdieran nada, también Luciano Pavarotti pudo cantar un fragmento de Turandot sin recurrir a las cortinas de su habitación. A los demás no les ocurre nada extraño porque lo pantagruélico siempre nos pasa a nosotros, al infortunio natural (o ayudado por las nuevas tecnologías capaces de diseñar la T4), no le sacamos el partido suficiente. Igual que los molinos de viento generan una energía eólica que luego se convierte en electricidad, al gafoncio nacional habría que sacarle algún rendimiento. Ya que nos pierden las maletas por lo menos que esa energía ilumine a un barrio.

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