Una vitola con clase

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Camina despacio, tiene la cara curtida, la imagen de un lord y las palabras de un guajiro. Es el único hombre vivo cuyo apellido da lustre a una vitola de puros habanos, es Alejandro Robaina, y está en Madrid.
No cabe duda de que el paraíso está en Pinar del Río, donde llueve el agua buena que decía Davidoff (reconoció su error al instalarse en República Dominicana).

Robaina fuma cuatro puros al día y sigue las enseñanzas del sabio Compay Segundo que aseguraba que las claves de una vida longeva estaban en “fumal, bebel y jodel”. Compay se fue al otro mundo con las piernas cansadas de bailar chachachá, como si fuera un personaje de Cabrera Infante, uno cualquiera de los que se cruzaban en sus novelas de sexo con hipérboles.

Dice la autoridad sanitaria que fumar es malo para la salud, pero no pueden evitar que Robaina les haga un corte de mangas en plena campaña de higiene colectiva. Es el único loco que se atreve a pasear con un paraguas rojo cuando llueven bombas de moralina.
Sus hojas de tabaco son comestibles, uno las puede fumar o admirar como la mejor cosecha del siglo. Lo suyo es arte efímero, arte hecho para ser consumido (y consumado) habano-armada. Conocer a don Alejandro ha sido un placer.

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