Esos pobres tan incómodos

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Definitivamente hay dos maneras de afrontar el problema de la inmigración: o construyendo tapias o interesándose por el ser humano. Las dos visiones son antagónicas, irreconciliables y sin posible acuerdo. Los hay que quiere blindar el mar y devolver los cayucos a cañonazos, (Estados Unidos ha reforzado las frontera de Méjico con orden de matar a los espaldas mojadas, Bush siempre tan práctico). Nunca antes habíamos vivido un fenómeno de racismo pasivo tan exagerado, gente que no alza su voz contra la inmigración pero que tampoco aporta su ayuda. Se piensa en los cayucos, como en la muerte, que es un problema que no le va a afectar a uno.
Mientras discutimos de qué manera se puede proteger un océano, las mafias de ilegales siguen invirtiendo en la construcción de objetos navegables donde hacinar incautos en pésimas condiciones. Y, cuando no puedan más, inventarán planeadores que dejarán caer carne de cañón sobre las costas españolas. El hambre no atiende a razones. Lo que preocupa más es el vacío de las conciencias, la falta de sentido solidario que prefiere ignorar el problema a enfrentarse a él. Ahora que somos una sociedad rica los pobres nos molestan en demasía; es como si hubiéramos olvidado nuestra condición de personas para convertirnos en huraños personajillos tan sólo preocupados por ver la señal del Mundial de Alemania.
La estadística nos cuenta que antes de darle la vuelta a esta hoja cientos de personas habrán muerto de hambre en África. Usted puede elegir entre pasar a otras páginas más amables o seguir leyendo e implicarse en lo que pueda. El cayuco es, (además de una nave negrera e inmunda), la botella con mensaje que llega a nuestras costas. No sé cuántas más harán falta para que tomemos conciencia de que no podemos dejar que África muera de hambre y sed. Tan anestesiados no podemos estar.
La sociedad se divide entre los que se conforman con una tapia más alta, sin atender a los gritos que llegan desde la otra parte, y los que están dispuestos a preocuparse por la desventura de sus semejantes. Entre ellos la labor extraordinaria de Cáritas, de Médicos sin Fronteras, y de otras organizaciones no gubernamentales que cubren las carencias de la diplomacia internacional. A los que atienden niños en el Sahara, o curan heridos en el vientre de África, nunca les darán un premio como el de Fernando Alonso. Será porque para ellos ganar una carrera no es quemar gasolina sino comer esta noche. Ya pueden levantar muros, sirgas tridimensionales, llevar a la Armada o lanzar satélites. Sabemos que no es la forma de acabar con el problema; el hambre mueve montañas.

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