Algo personal

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Para llevarse mal uno elige a quién tiene cerca, en ese aspecto las naciones funcionan como juntas de vecinos (tal cual); no hace falta profundizar en los libros de antropología de Darwin. España puede mantener unas relaciones excelentes con Polonia, pero secularmente se ha llevado fatal con Francia, país al que siempre se le ha llamado vecino en lugar de hermano, término que se reserva para Portugal. El encuentro de esta noche con la selección gala es la posibilidad (otra más) que nos da la vida para ajustar cuentas con la Historia.

El penúltimo episodio fue lo de Luis Aragonés con Thierry Henry, un asunto que los dos dan por zanjado. Realmente el mal rollo comenzó en los tiempos de las dos coronas: la de Castilla y la de Aragón. Los primeros se llevaban bien con los franceses (¡no tenían frontera para pleitear!) y los segundos fatal. Acudo a la fuente de inspiración de Juan Adriansens, conocido por Le Petit Larousse, y me dice que la enemistad viene desde los Austrias cuando Carlos VIII de Francia expulsó a los navarros porque estaba de la presión hispana hasta la coronilla, que viene de corona, se nos veía en Italia y en los Países Bajos que hasta el XVIII llegaban casi al norte de París. A Francisco I le tuvimos preso una temporada, pero se marchó porque lo suyo eran las amantes, su potencia sexual estaba fuera de toda lógica, un Makelele con cetro carnal. Con él Nostradamus acertó lo único que se le conoce en toda su vida de pitoniso: le previno de que no luchara con el conde de Montgomery y santa palabra porque la diñó, el conde le atravesó un ojo. Más tarde, Enrique III de Navarra (que en Francia fue Enrique IV por aquello de que allí no iba a ser menos), fue el autor de la famosa frase: «París bien vale una misa». Y, por no hacer el cuento muy largo, les recuerdo que tuvimos ciertas diferencias con Napoleón a pesar de que era el líder de la modernidad en su tiempo. Bofetadas y garrotazos aparte de Agustina de Aragón, el aceite hirviendo que les tiraba La Galana a los franceses en Valdepeñas y la victoria de Bailén… el pueblo español prefirió al absolutista Fernando antes que la Carta de Bayona de José Bonaparte. Antes catetos que ilustrados.

Desencuentro histórico alimentado por varias generaciones de españoles que fueron incapaces de conjugar el verbo être, en el plan del Bachiller antiguo, y por la consiguiente chanza cuando un francés preguntaba por el camino a «Guadalajara, por favor». Pero anécdotas aparte, nuestra admiración es mutua, puesto que también uno sólo se enamora de quién tiene cerca. Enfrentarse a un equipo que entona La Marsellesa es mucha osadía. Ya no somos el tópico que describió Merimée, ni todas las casas de París dan a la Torre Eiffel como en las películas, pero aún tenemos algunas cuentas pendientes. Y, el fútbol no es más que la continuación de la guerra por otros medios, con permiso de Chou En-Lai.

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