Tita en plan divina

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Un gigante vampiro, un faraón que habla, unos frikis de la tele, unos guiris y una baronesa que estuvo casada con Tarzán. Con estos elementos se fragua la resistencia al proyecto de reforma del Eje Prado-Recoletos, todo un esperpento castizo y municipal.

«Hay más cámaras que manifestantes» se quejaba Teresa, vecina de Cuatro Caminos, «luego llorarán cuando talen los árboles pero a la gente le da igual». Y en eso apareció ella saludando manifestantes como si estuviera en un remonte de la estación de esquí de Gstaad, de aristócrata roja con sombrero de reina de Africa. El resto del terno eran un pantalón blanco de hilo, camisa y camiseta de color crudo y ganas de conciliar, «he hablado por teléfono con Esperanza Aguirre y me ha prometido que aquí no se tala un árbol», (silencio), «de verdad, de verdad» (bronca), «de verdad de corazón» (pitos y palmas). Sus palabras sonaron como una traición en el movimiento clorofílico, se esperaba mayor inquina, más verbo incendiario, un Jalisco, no te rajes. Para reconciliarse con el público dijo aquello de que los árboles del paseo del Prado son «divinos», frase aplaudida porque, a falta de saber el nombre botánico, la calidad de divino los clasifica mejor que un tratado de Lineo. Nadie a 10 metros a la redonda conocía el nombre de los árboles en los que la señora baronesa estaba dispuesta a dejarse asetear por Gallardón como si ella fuera un San Sebastián al óleo, ni el señor que portaba el cartel de: «Aguirre-Gallardón, ni un árbol más al paro. Vosotros al paredón», (se ve que no era partidario). Divina ella, divinos los árboles, divina su presencia y divino su no decir que tantos micrófonos enciende. Tita no se ató a un árbol, (que no se iba a subir se daba cuenta cualquiera que se fijara en sus zapatos de payesa rica, de tacón por supuesto), sí hubo foto con cadenas, pero sólo un rato por aquello de contentar a su público entusiasta.

Su discurso fue más tibio que el del año pasado, por lo tanto peligra su calidad de icono revolucionario. Sus palabras eran templadas, apenas citó a Gallardón y mucho al arquitecto Alvaro Siza, «que además es portugués y no ceja en el empeño». Luego le regalaron un arbolito que ella regaló a su vez a un escolta, no fuera a pringarle la causa ecologista.

El acto lo presentó el actor Ramón Linaza, el que últimamente se disfraza de faraón y persigue al alcalde dándole la paliza. Miguel Sebastián se dejó ver al final y rechazó compartir tribuna con la señora baronesa. Una vez ida ella en su vehículo aparcado en el carril bus, con dos narices, (había nacido el carril Tita), el personal se dispersó. El vampiro salió volando.

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