El amor en tiempos del juez Torres

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Zapatero hizo lo que pudo. Dispuso la conjunción de los astros para que pariera Doña Letizia y metió a la Pantoja en chirona, pero ha servido de poco. El clima preelectoral está rabioso, como después lo estarán el electoral y el poselectoral. La crispación lleva camino de convertirse en una enfermedad crónica. Yo misma, ejemplo de mansedumbre donde la haya, me siento profundamente contagiada. En otras palabras: estoy que muerdo.
Pero que no se diga que no lo hemos intentado. Hasta Sarkozy y Royal pusieron el otro día su granito de arena con un debate que sedujo a la audiencia española. Sin olvidar a JoséMaríaAznar, que no quería ser menos y glosó las virtudes del vino con un canto a la libertad -qué digo libertad: ¡libertinaje!- en un gesto de arrojo sin precedentes. A-mi-me-gusta-el-pi-pi-ri-bi-pi-pí. Bueno, pues ni por esas.

Eran las seis y cuarto de la tarde del viernes cuando la Infanta Sofía hacía su aparición en sociedad. Seguramente ZP también había dispuesto que saliera el sol para darle un aire luminoso a la escena. Los resultados brillaron enseguida. Las infantitas estaban de foto y así constó. La querencia de la primogénita por los paparazzi es ya una evidencia muy comentada. Leonor va a dar mucho juego. En cuanto ve un chico con cámara, allá que va disparada. El periodismo corre por sus venas, qué se le va a hacer. LuisMaríaAnson ha dejado escapar una magnífica oportunidad para hacer uno de sus comentarios celebrados. No todo el mundo puede presumir de llevar en la sangre Monarquía y Periodismo (o sea: dignidad aristocrática y pasión plebeya).

Mientras se presentaba en sociedad la nueva Infanta, JuliánMuñoz llevaba ya 10 horas en huelga de hambre (y aquí una puntualización: las huelgas de hambre no habría que contabilizarlas a partir de la última ingesta de alimentos, sino desde el primer momento en que se siente gazuza). La decisión se hizo pública por la tarde, poco después de que los Príncipes de Asturias y sus hijas abandonaran la clínica Ruber. Todo un detalle por parte de Muñoz y su abogado (quién sabe: a lo mejor también por parte de ZP, que valoró la conveniencia de mantener el plano fijo en la Monarquía). Para entonces Pantoja estaba ya aparcada en su casa de Marbella, dejándose mecer por los aullidos de los mismos que durante estos años han jaleado sus excesos. La puerta de Mi gitana registraba un movimiento inusual. Llegaban regalos, premios de consolación, adhesiones inquebrantables. Según estaban las cosas, muchos interpretaron que cada ramo de flores era un mandoble contra ZP y una llamada de atención para el juez Torres, el nuevo Borrell de la situación (no sabe el juez cómo las gasta el personal cuando le tocan los ídolos). Isabel Pantoja iniciaba así el camino de su martirologio. Convertida IsabelGarcíaMarcos en presa política (con ella, JavierGómezdeLiaño, el varón paciente, arriesgó su salud mental), Pantoja se perfila como la nueva mártir de España. De aquí a los altares, en bata de cola y enseñando los dientes. Al final tendrá razón LolaFlores, que se la juró por haberle quitado el novio (Paquirri) a su hija (Lolita). «No serás feliz», espetó. Lola, que era paya, maldijo a Pantoja, que es gitana, y hace posible su mal fario.

Isabel Pantoja renacerá de sus cenizas porque la desgracia vende mucho. Con ella se hacían antes vidas de santos y ahora, galas de televisión. Si la prensa sigue cebándose en la artista, el éxito está garantizado. Pantoja puede acabar convertida en «grande de España». De momento sólo es «borde de España», como dice RafaMartínez-Simancas, que donde pone el ojo pone la bala de la ironía. La arrogancia de la tonadillera ha sido siempre carnaza para la prensa. Uno de los momentos cumbres de la impostura de Pantoja corresponde a unas declaraciones hechas a la periodista JuliaOtero. En ellas, la artista no descartaba la idea de participar algún día en política. Sin cortarse un pelo, dijo entonces que su modelo a imitar sería Julián Muñoz. Bingo.

La copla se retuerce. Muñoz y Pantoja continuarán ahora el romance a través de sus abogados. Los dos quieren salvar el pellejo.

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El viaje a alguna parte
REALES GANAS. Menuda la lió el Rey con su viaje privado. Lo que no soportamos los periodistas es la ausencia de información. O sea, el silencio. Nosotros siempre queremos saber, bien para comentarlo off the record o para callarlo. Lo resistimos todo menos la curiosidad.

El monarca hace bastantes viajes privados, unas veces para ir de caza y otras, al cumpleaños de un amigo. Nadie habla de estos viajes porque, como privados que son, pertenecen a la real gana de Don Juan Carlos. Pero si se pone de parto la nuera, entonces pasamos lista. Al Rey se le empezó a echar en falta la mañana que la Princesa de Asturias ingresó en la Ruber. Seguramente alguien corrió la voz de que un buen monarca debe contarle las contracciones a la esposa del Heredero, y de ahí el lío. A lo mejor no había para tanto. La Familia Real, que es la más real de todas las familias (hasta se cabrean entre ellos), hizo lo que muchos españoles en idéntica circunstancia y mandó por delante a la Reina, que llegó tarde pero pronto.

El miércoles apareció Don Juan Carlos. Estaba contrariado (¿le sugirió alguien la conveniencia de que tomara el avión y regresara?) y no se detuvo a comentar la jugada con los periodistas presentes en la clínica. Fue entonces cuando arreciaron las especulaciones y se rellenaron los silencios. Lo bueno del Rey es que tiene la misma facilidad para enfadarse que para desenfadarse. Al día siguiente, ni corto ni perezoso, Don Juan Carlos se paró ante la prensa y presentó excusas con graciosa informalidad. Qué poco cuesta hacer feliz a un periodista (diez de pipas). El Rey pudo comprobar entonces el valor de esos gestos que últimamente escatima. No debería dejar de sonreír, él que puede y sabe.

la gué de Rafael Martínez-Simancas
MADRID, 6 de mayo de 2007

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